25SEP25 – MADRID.- En los años sesenta del siglo ya pasado la paz era beatifica aquí en Madrid, era la dictadura y todo parecía moverse con sordina. Por mi parte creo que tenía un “Mini”, el coche junto con el “Seiscientos” más pequeño por fuera y más grande por dentro, ya que cabíamos muchísimas personas apretujadas hasta la bandera.
Por las tardes en día de trabajo, cuando me sentía animado, llamaba a “Pilusa” o a “María Fernanda” e íbamos a bailar al “Whisky Jazz”, era un club muy selecto de la clase media acomodada, de ladrillos rojos. Un edificio más bien bajo entre dos más elevados de viviendas. Allí dentro tocaban música de Jazz, y tenía varias mesitas con cómodas butacas, donde un camarero o camarera nos servía los gin-tonics, el vodka con naranja o como su nombre indicaba el whisky en las rocas; esto es, con hielo, como gustaba nombrarlo Hemingway.
Luisa Fernanda era algo gordita o más bien rellenita, de cara redonda y ojos oscuros y cariñosos; se calentaba con gran facilidad, de vez en cuando salíamos a bailar tras paladear las patatas fritas que solían ponerlas con una salsa parecida a la mayonesa pero con regusto picante de ali oli.
“Pilusa” era un “producto puro del barrio de Salamanca”; rubia, espigada, con su bonita blusa jaspeada y sus pantalones ceñidos de pana azul clarito, la voz levemente aguda, no tan grave con la de Luisa Fernanda. Las dos eran novias o medio-novias simultáneas, parejas vamos para ir al cine, al teatro o al “Whisky Jazz”.
Yo no sabía nada entonces de la vida, de lo que era la vida y lo que la vida me iba a reservar. Vivía con mis padres en la espaciosa casa de la calle Alberto Aguilera, nombrada ya en otros artículos, y mi padre nadaba en la abundancia pues era empresario.
Mi madurez fue lenta, muy lenta, pues me sentía muy a gusto en casa de mis padres, con las dos chicas de servicio y el té a media tarde, como también he dicho…..Pero aún faltaba mucho por recorrer, la fama, las depresiones, los estrenos teatrales y las novelas llevadas al cine. ¡Ah, y el matrimonio por supuesto!, ¡y la paternidad, que no es moco de pavo, por no decir otra cosa!.
No eran novias, no, eran amigas fuertes, y una día estando en el coche con una vi aparecer a lo lejos a la otra, creí morirme de puro espanto. En fin un mundo frívolo y un tanto romántico pero sin llegar a los pecados. Por otro lado creo que aún no había descubierto que existía la muerte y que la gente moría. Aunque la tía Angelina y la abuela Pilar, la madre de mi padre, las vi difuntas encima de la cama; pues por aquel entonces todavía la gente gustaba morir en su propia casa y a ser posible en su cama.
Muchos de estos gustos aún los conservo, y una cosa aprendí enseguida y es que es muy importante rodearte de mujeres, de mujeres buenas se entiende, que no te creen problemas ni sentimientos de culpa, pues por aquel entonces - inmaculado yo -, tampoco sabía lo que era un psiquiatra, era una palabra horrible, casi diabólica. En lugar del psiquiatra estaban los confesores, que eran más bien conductistas, pero no cobraban nada.
Ahora nos hemos americanizado en todo, en lo bueno y en lo malo, pero han pasado algo más de sesenta años, y yo soy ya como la momia de Tutankamon, pero sabiendo muchísimo más y con el pelo blanco.