19SEP25 – MADRID.- A comienzos de los años setenta preparé mi tesis doctoral sobre los medios de comunicación de masas, con una beca de la Fundación Juan March. Uno de los temas más interesantes era la función de los llamados gatekeepers, o porteros de la información. Eran los editores que garantizaban que lo que se publicaba había sido contrastado y era veraz. Su papel era filtrar lo que llegaba a las redacciones, comprobar su exactitud y permitir, en su caso, que se publicara.
Las redacciones contaban con periodistas especializados y editores experimentados. Equivocarse tenía un coste en prestigio y credibilidad. El ritmo de trabajo era más lento y había espacio para el análisis. La veracidad estaba en el centro del oficio.
Con la multiplicación de los medios, la explosión de Internet y la aparición de las Redes sociales todo esto ha cambiado. Los ingresos de los medios tradicionales han caído. Son pocos los que mantienen editores que garanticen la fiabilidad de lo que publican y compiten con las redes sociales, cuyo lenguaje es breve, directo y agresivo, porque para que un mensaje sea escuchado debe destacar entre miles de otros. En estas circunstancias, la búsqueda de la verdad se convierte en un trabajo difícil.
Acabamos de tener un ejemplo con el caso del colegio privado de los hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero: OK Diario publicó que habían comenzado el curso en un colegio privado de Las Rozas y que pagaban 1.500 euros al mes por los tres. El Mundo y otros medios de derechas reprodujeron la noticia sin comprobarla.
Dada la historia de acusaciones falsas que estos medios han dirigido en el pasado contra Iglesias —como el informe PISA, las cuentas en paraísos fiscales o el supuesto dinero de Irán—, otros medios progresistas sospecharon que era un bulo. HuffPost denunció que Telemadrid había difundido el “bulo del colegio”.
Podemos se negó a confirmar o desmentir la noticia. Alegaron que se trataba de un asunto privado. Tenían razón: la vida escolar de unos menores pertenece al ámbito privado y además existen motivos de seguridad. Aun así, algunos medios insistieron en que, si no lo desmentían, sería porque era verdad y también tenían su razón, pues hubiera bastado con desmentir la noticia sin más comentarios.
Para aumentar la confusión, la cuenta parodia llamada Canal Red News, que imita a Canal Red del propio Iglesias, publicó una entrevista falsa en la que este decía que había decidido llevar a sus hijos a un colegio privado para dejar hueco en la pública a quien lo necesitara más. Muchos entendieron que, si esa entrevista era falsa, también sería falso que los hijos hubieran ido a un colegio privado.
La verdad ha ido abriéndose paso con dificultades. Parece que sí han enviado a dos de los tres hijos, y no a los tres, a un centro que es una cooperativa progresista de enseñanza laica. Es un modelo normal entre familias de izquierda con recursos. La noticia en sí misma es de poca importancia, pero sus consecuencias son interesantes. Medios que no son de derechas, como El Periódico, publicaron la información sin comprobarla. Y medios progresistas la negaron también sin comprobarla. OK Diario dio un paso más y publicó fotos de Iglesias con sus hijos a la salida el colegio, lo que parece acoso y no periodismo
Este caso revela un problema más profundo. La verdad, que antes era sencilla, ahora es versátil. Desde que Donald Trump popularizó la idea de las “verdades alternativas”, se ha normalizado que distintas versiones de un hecho circulen a la vez, compitiendo entre sí. Los medios, debilitados por la falta de recursos y por la urgencia de publicar rápido, no tienen tiempo ni medios para contrastar estas informaciones.
El resultado es el descrédito de los medios. Cuando el público comprueba que publican errores o versiones diferentes, empieza a dudar de todos. Cada persona escoge la verdad que le gusta o que se ajusta a sus ideas.
Este fenómeno es peligroso. Sin una verdad común es imposible tener un debate público serio. Si cada grupo social vive en su propia versión de la realidad, desaparece el terreno compartido sobre el que construir acuerdos. La democracia se debilita cuando los ciudadanos no pueden ponerse de acuerdo ni siquiera en los datos básicos.
Recuperar la verdad como objetivo común no será fácil. Exige que los medios recuperen el oficio de contrastar y que el público entienda que la información de calidad tiene un coste. También requiere una nueva actitud de los propios ciudadanos: debemos leer con espíritu crítico y desconfiar de los titulares llamativos.
La búsqueda de la verdad es hoy más difícil que en los años setenta, pero sigue siendo una tarea esencial. Si renunciamos a ella, renunciamos a la posibil