10SEP25 – MADRID.- Imaginen la escena. Tenemos un bebé de seis meses. A esa edad ya reconoce voces, distingue gestos y transmite emociones sin filtros. Todavía no sabe fingir ni tiene malicia. Lo único que hace es reaccionar a lo que percibe. Ese bebé es un detector de autenticidad. No miente. No disimula. Solo responde con una sonrisa, un llanto o un gesto de miedo.
Ahora hagamos un experimento. Colocamos a ese bebé en brazos de distintos políticos y observamos cómo reacciona. Hoy día la inteligencia artificial incluso puede mostrarnos la foto del dirigente en cuestión con el bebé en brazos, pero no hace falta tanta tecnología. Basta con imaginar la escena y dejar que el instinto nos diga la reacción más probable del pequeño. También podríamos preguntarnos si, en el caso de ser nuestro hijo, ¿permitiríamos que todos los mencionados lo cogieran en brazos ¿
El primer político de la prueba sería Miguel Tellado. El bebé le miraría con ojos abiertos, movería los labios como si buscara el biberón y acabaría llorando. No porque tenga hambre, sino porque temería que Tellado le quitara la comida porque como Millás dixit, Tellado tiene cara de bebé insatisfecho. Y esa cara desconcierta a cualquier otro bebé que se cruce en su camino. El resultado: llanto inmediato.
Pasamos a Félix Bolaños. En cuanto le cogiera en brazos, el ministro empezaría a susurrar con voz suave y tono conciliador. El bebé resistiría unos segundos, pero pronto caería rendido. No de miedo ni de hambre, sino de sueño. Bolaños tiene esa capacidad de adormecer, de transmitir calma hasta el punto de que un discurso suyo puede servir de canción de cuna. El pequeño quedaría plácidamente dormido en cuestión de minutos.
Con Cuca Gamarra la escena sería distinta. El bebé no se dormiría ni lloraría de hambre. Lo que haría es gritar. Gritaría de pavor : la ex portavoz del PP siempre parece enfadada. Su tono es firme, sus gestos son duros y su expresión rara vez muestra ternura. El bebé no entendería de política, pero sí de emociones. Y la emoción dominante sería el susto. Resultado: un grito agudo que se escucharía hasta en el Congreso.
Cuando llegara el turno de Pedro Sánchez, la cosa se complicaría. El presidente es alto, sonríe con frecuencia y posa bien para la foto. El bebé le miraría con curiosidad, pero pronto dudaría. ¿Está sonriendo de verdad o es una sonrisa ensayada? ¿Hay afecto o cálculo? El pequeño se quedaría callado, indeciso, sin saber si reír o llorar. Quizá daría un pequeño manotazo, como preguntando: “¿Quién eres? “
El caso de Alberto Núñez Feijóo sería otro. El líder del PP cogería al niño con prudencia, intentando aparentar naturalidad. Pero se le notaría la falta de costumbre. Los brazos estarían tensos, la mirada pendiente de no cometer un error, el gesto algo rígido. El bebé no lloraría, pero tampoco se relajaría. Intuiría la inseguridad y se movería incómodo, como cuando alguien que nunca ha cambiado un pañal intenta aparentar experiencia y por supuesto siempre pendiente de la posibilidad de que le deje caer involuntariamente.
Si el turno llegara a Yolanda Díaz, el pequeño abriría los ojos y sonreiría. La vicepresidenta tiene un estilo de cercanía, se agacha para hablar, acaricia, toca. El bebé notaría esa energía maternal y se dejaría llevar. Quizá incluso balbucearía un “ta-ta-ta” como respuesta.
Con Santiago Abascal la situación sería más intensa. El líder de Vox cogería al bebé con firmeza, pecho erguido, mirada de fuerza. El niño no entendería de política, pero sí de volúmenes de voz y gestos. Y tanto énfasis le pondría nervioso. Probablemente abriría los ojos como platos y buscaría la mirada de su madre con un gesto de auxilio silencioso. No lloraría al principio, pero el miedo aparecería pronto.
Podríamos seguir con la lista. Con Gabriel Rufián el bebé se mostraría inquieto, porque el tono irónico no encaja bien en la mente de un niño. Con Ayuso habría risas nerviosas, porque el gesto rápido y la frase cortante desconcertarían al pequeño. Con Otegi, silencio absoluto: el niño no sabría si llorar o quedarse quieto.
Y fuera de la política, bueno no tanto, piensen que haría el bebe en los brazos el juez Peinado: intentaría escaparse por temor a ser imputado ya que cuando era mas pequeño tambien Begoña le cogió una vez en brazos.
Al final, el experimento del bebé en brazos nos dice más de los políticos que mil discursos. Un niño de seis meses no vota, no lee encuestas ni interpreta titulares. Simplemente percibe la energía, la voz, la mirada.
Quizá la moraleja sea sencilla. Antes de confiar en las encuestas o en los asesores de imagen, pongamos a un bebé de seis meses en brazos de los políticos. Si llora, si grita, si se duerme o si sonríe, ahí tendremos una pista bastante real de lo que transmite cada uno. Porque en política, como en la vida, la autenticidad no se finge. La segunda parte del análisis ya sería más complicada : ¿Cómo convertir las emociones en votos?
Y puestos a imaginar, quizá lo más útil sería incluir bebés en los debates electorales. No para que hagan preguntas, sino para que reaccionen en directo. Bastaría ver si sonríen, se duermen o se echan a llorar. El resultado sería más sincero que cualquier encuesta del CIS.