03SEP25 – MADRID.- Durante los últimos dos años, una palabra ha comenzado a colarse en las conversaciones cotidianas, los titulares y hasta en los anuncios de redes sociales: microcréditos. Pequeños préstamos que prometen una solución rápida, sin preguntas incómodas ni papeleos interminables. Pero tras esa aparente facilidad, surgen nuevas preguntas. ¿Hasta qué punto estos productos están ayudando realmente a las familias españolas? ¿Estamos asistiendo a un cambio de paradigma financiero o a la creación de una nueva forma de endeudamiento silencioso?
Los datos son claros. Según un informe reciente del Banco de España, el uso de microcréditos ha crecido un 28% entre 2023 y 2024, especialmente entre personas de entre 25 y 45 años. Muchos los solicitan para gastos básicos: pagar el alquiler, una reparación del coche o incluso la cesta de la compra.
La explicación parece sencilla: tras una inflación persistente y la pérdida de poder adquisitivo, muchas familias se han visto obligadas a buscar soluciones fuera del circuito bancario tradicional. Aquí es donde entran en juego las plataformas digitales que ofrecen préstamos de hasta 1.000 euros con condiciones de devolución que, en apariencia, resultan cómodas. A menudo se presentan como un “respiro” financiero. Pero, ¿lo son?
Lo preocupante es que la facilidad de acceso a estos productos ha generado un patrón repetitivo: cada vez más personas piden un segundo microcrédito para pagar el primero. Esto genera una espiral difícil de romper. Y es que, aunque muchos de estos préstamos anuncian intereses bajos o incluso promociones sin coste inicial, lo cierto es que los intereses reales pueden superar fácilmente el 30% TAE si no se devuelven en el plazo estipulado.
Además, algunas plataformas utilizan un lenguaje intencionadamente ambiguo. Ocultan condiciones en letra pequeña o no explican bien las consecuencias de impago. Por eso, organismos de consumo y asociaciones como FACUA han comenzado a exigir una regulación más estricta. De hecho, ya se están planteando medidas a nivel europeo para frenar los abusos que algunas empresas están cometiendo en este sector.
Una de las razones es cultural. En España, hablar de deudas aún genera cierto estigma. Sin embargo, pedir un microcrédito desde el móvil, en cinco minutos y sin tener que explicar nada a nadie, elimina esa barrera emocional. Además, las campañas de marketing lo presentan casi como un producto más de consumo.
Otro factor importante es la rapidez. Frente a los días o semanas que puede tardar una entidad bancaria en aprobar un préstamo tradicional, los microcréditos ofrecen una respuesta casi inmediata. Y eso, en contextos de urgencia, es tentador. Aunque no siempre lo más recomendable.
Aquí es donde realmente se abre una brecha. Muchas personas no conocen bien cómo funcionan los intereses compuestos, ni qué consecuencias puede tener retrasarse un solo día en el pago. La falta de formación en finanzas personales hace que los consumidores no comparen ofertas de microcréditos ni valoren los riesgos.
Por eso, desde entidades como el Banco de España o asociaciones como ASUFIN, se insiste en que la solución no es solo regular más, sino también educar mejor. Introducir nociones básicas de economía personal en los colegios, por ejemplo, podría ser una inversión a largo plazo para prevenir el sobreendeudamiento.
El crecimiento de los microcréditos en España no parece que vaya a frenarse. Y si bien es cierto que pueden representar una herramienta útil en momentos puntuales, el riesgo de que se conviertan en una solución recurrente, e incluso adictiva, está sobre la mesa.
(CN-90)