15AGO25 -MADRID.- De nuevo un día más en los jardines de “La Casona del Pinar”, junto a “La Brasseríe”. Paz, música de fondo suave. Dos damas con gafas; una de ellas habla por su teléfono móvil, yo soy bienaventurado por no tener teléfono y si lo necesito me lo presta cualquier buen hombre, que aquí hay muchos y abundantes.
Una de las damas ha llamado a mi esposa para que me compre un cortaúñas.
Grandes y altas jarras de cerveza. Aquí todos beben como auténticos dinosaurios. Estoy deseando ir a la capital para ir a los cines “Alphavilles Renoir” y ver películas y contemplar a la gente pasear por el paseo de las estrellas.
Escribo medio dormido, pero también dormido se puede escribir.
Aquí la gente escribe en sus ordenadores portátiles, pero yo lo hago con mi “bolín” de plástico azul. Tengo ya ganas de ir a la capital para charlar con mi querido amigo Juan Ignacio Vera.
Ha llegado la rubia, la hija del jefe del Chiringuito, y me sirve risueña un “Fanta” de limón con patatas fritas; al fondo veo un corto trozo de montaña parecida a “La Machota” de El Escorial. ¡ Ah, dónde quedará El Escorial tan lejano y tan lleno de recuerdos ¡.
La vida pasa como un tren veloz. A lo largo del camino aparecen casas, paisajes y personas como bólidos, como Patricia, por ejemplo, solo que unas quedan en nuestra memoria y otras no. Esto quedará de la vida terrestre: el recuerdo. El recuerdo solo, cuando el sol se irá agrandando y oscureciendo hasta llegar a tragarse a la tierra.