Opinión

Médicos Burócratas

Opinión:

Concha Pelayo (*) | Domingo 20 de julio de 2025
20JUL25 – ZAMORA.- A Juan José Millas, cualquier nimiedad le inspira para crear todo un tratado filosófico. Cada semana escucho sus razonamientos, con verdadero deleite, en un programa de radio; y ellos me llevan a mi también a divagar sobre lo divino y lo humano.

El domingo pasado, como digo, debatía Millas sobre el comportamiento de los médicos de atención primaria con sus pacientes; acudes a una consulta, a tu médico de cabecera, con esa sensación de inferioridad, a veces también de incomodidad, para que te atiendan, te miren, te escuchen, y, en definitiva, te resuelvan tus cuitas o mitiguen en parte los motivos por los que has ido a su consulta, y en vez de todo eso comienzan a aporrear el teclado de su ordenador como si la vida le fuera en ello mientras la tuya se va desmoronando poco a poco por la falta de atención de la que eres objeto.

Y hay que reconocer la gran información que ofrece el paciente al médico con una simple mirada a la cara, a veces, es tanta la información que no tiene ni que preguntarle porque lo adivina, pero claro, tendrían que dejar de lado la burocracia, toda ese serie de datos que tienen que introducir en el expediente de cada paciente: nombre, apellidos, edad, motivos de tu visita, enfermedades anteriores, tratamientos, etcétera, etcétera, y mientras el médico hace estas labores netamente burocráticas, el paciente, muy impaciente, se desespera mientras piensa cuándo le va a toca el turno a él para que, por fin, le miren a la cara, vean el color de su piel, observen el brillo de sus ojos, tal vez el rictus de la boca, en definitiva, cualquier indicio que delate tu estado de salud física y psíquica. Y ha pasado el tiempo, tu tiempo, y la consulta, fuera, llena de pacientes.

Y es que los médicos se han convertido en burócratas. Les encantan los ordenadores, que suelen manejar con un dedito de cada mano y mirando el teclado, claro. Lo digo desde la superioridad que me confiere el escribir con los cinco dedos de las manos, a toda velocidad y sin mirar el teclado. Pero claro, no tengo mérito porque aprendí a usarlo en aquellas estratosféricas máquinas, piezas de museo ya, las underwood y las remignthon, en la Escuela Superior del Secretariado de Madrid. En el primer curso todo el mundo escribíamos de esa guisa. Y apuesto a que no se le ha olvidado a nadie. Al menos no se me ha olvidado a mí que sigo escribiendo con el mismo ritmo y velocidad de entonces.

A lo que iba. Los médicos no miran a sus pacientes para desesperación de los mismos. Se echan de menos aquellos galenos de los años cincuenta que iban a las casas, hablaban con los miembros de la familia, se acercaban al enfermo, ya fuera niño o adulto y se sentaban junto a él. Incluso, al niño le tomaban la mano para tranquilizarlo si estaba nervioso, le hablaba, le miraba a los ojos, le preguntaba qué es lo que le pasaba. Le palpaban la tripa, las anginas, la espalda, la pierna, todo aquello de lo que al paciente le aquejaba. También le ponían el termómetro, de aquellos a los que se les veía el mercurio y cuando se rompía, pues eran de un finísimo cristal, los niños jugábamos intentando unir y recoger aquella masa viscosa brillante que se deslizaba por cualquier superficie, para nuestro pasmo y sorpresa. Algunos de aquellos médicos, incluso, llevaban caramelos a los niños y parloteaban con los dueños de la casa. Había una familiaridad que trascendía la propia profesión médica.

Hoy, todo ha cambiado, la burocracia ha llegado en tropel a los hospitales y no se conforma con que la practiquen los administrativos y los que llevan la organización del hospital, también los médicos han sucumbido a ella y han dejado al paciente más solo que la una, sumido en sus tribulaciones, sentado en una silla, que, en ocasiones, y tras la pandemia, se coloca a bastante distancia del médico.

¡Como para tocarte la tripa, el cuello, o un brazo!. Eso pasó a la historia.

En fin. Millas me ha llevado a mí a mi infancia y lo que veían y percibían mis ojos de niña.