06JUN25 – LUGO.- Lucus Augusti, (lugar de Augusto), Lugo, es la ciudad más antigua de Galicia, fundada por los romanos en el año 25 a.C. Sus sólidas y soberbias murallas, del siglo III, permanecen en pie, frente a ciertas medievales que dejaron caer en otras ciudades españolas como Palma. Las murallas de Ávila, afortunadamente en pie, son del siglo XII, así que las de Lugo le ganan en varios siglos.
Situada en el interior de Galicia, ello no impide que lleguen a Lugo los mejores pescados y mariscos de la cercana costa gallega, por lo que su gastronomía es sabrosa y generosa. Los vinos gallegos, Albariño, Godello o Ribera Sacra, entre otros, riegan el gaznate de los aficionados a la buena mesa. Las rúas adyacentes a la gran catedral vienen a ser “la senda de los elefantes”, de los aficionados al buen paladar o a la gula.
La ciudad está hoy en obras y hay que soportar sus incomodidades en aras de un futuro próximo más grato. “Para presumir, hay que sufrir”, decían las antiguas abuelas a sus nietas. Lugo bien merece un buen revoco de fachadas oscurecidas por la lluvia, el musgo, el tiempo y quizás algo de desidia. La almendra histórica va a ser básicamente peatonal.
Lugo, Camino de Santiago, lo indica con orgullo en multitud de veneras metálicas incrustadas en sus rúas y en las diversas iglesias y catedral, que hablan de un pasado histórico internacional de peregrinos y un rico presente en peregrinos y visitantes. La gran ruta a Compostela ha dado mucho juego foráneo a estas misteriosas tierras gallegas, donde lo sacro y lo profano se mezclan, como en el cuadro de Julio Romero de Torres.
Estamos alojadas en el Hotel Este-Oeste (de la cadena Sercotel), debido su nombre a que alberga parte del decumano romano. Recordemos aquello del “cardo y decumano”, como ejes de la urbanización romana de las ciudades. El hotel muestra, bajo cristal, los vestigios arqueológicos del decumano, con enormes piedras para dar firmeza a la calzada, ciertamente más firme que la autovía final para llegar a la ciudad, con unos cuantos baches, dignos de posguerra. Amalia Leschamps los salvó con profesionalidad al volante.
“Desde los romanos, el mundo está vacío” decía el sorprendente título de una escultura del británico Iam Hamilton Finley, que vi hace años en el Palacio de Velázquez del Retiro en Madrid. Me dio que pensar. Recordé lo aprendido en el bachillerato: “los romanos construían para la eternidad”, porque así veían a su Imperio, el más largo de Occidente, al que seguiría, en años, el Imperio Español en América y Filipinas.
Adriana Zapisek y yo comenzamos una diatriba sobre la bondad o maldad de ese Imperio que nos civilizó a casi toda Europa y buena parte del Mediterráneo. Ella los defiende más que yo, que también los admiro. Los romanos no fueron precisamente compasivos o magnánimos con el enemigo, el que no se sometía a ellos. Los exterminios y crucifixiones a lo largo de los caminos hablan de ello. El escritor Luis Antequera tiene un interesante libro sobre las crucifixiones de los romanos: “Crucifixión. Orígenes e historia del suplicio” (Almuzara, 2023)
Viriato fue un héroe ibérico que prefirió la autoinmolación con su pueblo, antes que el sometimiento. El sobrecogedor Carthago delenda est (Cartago ha sido destruida) (146 a.C.) y su siembra de sal, por Escipión, que destruyó a los cartagineses, es digna de la mejor ópera. Y lo peor de todo, su práctica de la “damnatio memoriae”, la condena de la memoria del adversario, con la destrucción de sus vestigios con las culturas o pueblos vecinos, arruinados o sometidos, como los tarquinios o los etruscos, fue una realidad palpable. La condena de la memoria del anterior poder es práctica antigua que hoy se sigue llevando a cabo en España y el mundo. En el presente, tenemos ejemplos ingenuos y/o estúpidos, que solo revelan complejo o soberbia autoritaria.
“Los romanos empleaban un término para el derrocamiento social: la famosa damnatio memoriae. Traducida como «condena a la memoria», consistía en borrar todo vestigio y patrimonio de una persona —muchas veces senadores o los emperadores mismos— considerada deshonrosa por el pueblo o por sus enemigos políticos”, explica Paola Bernal.
Pero me estoy yendo lejos, y yo he venido a hablar de Lugo, donde se inaugura una magna muestra de trajes con materiales reciclados en “La Capella de Santa María”, un antiguo lugar sacro desafecto al culto, o desacralizada (siempre me duelen estos lugares), enclavada en el antiguo Hospital. Rosa Gallego y Dolores Guerrero son las curadoras de esta muestra artística asombrosa, en pro de hacer una llamada de atención en favor de un mundo más sostenible y conveniente para todos. Se inaugura el 5 y hasta el 29 de junio.
Y volviendo al Hotel Este-Oeste, situado en la plaza de Santo Domingo, con un águila imperial romana en el centro, cabe subrayar igualmente, que junto al decumano soterrado, exhibe a la entrada una divertida escultura de madera con un romano que se hace un selfi (palabra admitida por el DRAE) junto a una turista. La pieza, de clara escuela artística de la talla gallega de la madera, es del autor gallego Álvaro de la Vega. El guiño al pasado y el presente despierta cierta sonrisa y se agradece.
El domingo que viene, Lugo celebra sus fiestas Arde Lucus, en que la gente se viste de romanos o celtas y se lo pasa en grande.