En algún cajón, olvidada, debe de andar su cartera de ese tipo. Quizás, con alguna foto o una anotación. Para esto sirve el leer; y para muchas cosas más como reflexionar sobre la penuria, la aglomeración y el abuso de los propietarios de viviendas con sus inquilinos y el realquilado en los años cincuenta del pasado siglo. O sea, para revivir y comparar otros tiempos y otras realidades como refleja Los enanos, novela de Concha Alós, que acaba de leer.
A veces, la Historia retrocede si no se presta atención. Como sucede hoy con la vivienda que, convertida en producto financiero, se presta fácilmente a la especulación por ser un producto diferente a otros. Si suben las manzanas, comes naranjas y si suben todas la frutas, las dejas de comer aunque no sea saludable; pero si las viviendas suben, no tienes más remedio que comprar o alquilar si quieres vivir bajo teja y no debajo del puente más cercano. “Casa quiere el casado” decía el refranero; que se lo digan a los jóvenes atados a la casa de sus padres. Vergüenza da una sociedad rica incapaz de cumplir el mandato constitucional del derecho a una vivienda digna.
La novela citada cuenta cómo eran y cuánto costaban a los desposeídos esos cuartuchos que, ahora, llaman vergonzosamente “solución habitacional”. Solución, ¿qué? Menudo insulto a la inteligencia, a la gramática y a la justicia social. ¿Acaso es una solución decente para vivir, un cuchitril a precio de oro? Así cuenta Concha Alós la situación en la Barcelona de los años 50:
“Es la habitación que fue del señor Peña. Ha perdido su buen aire. En la pared hay frases obscenas escritas a lápiz. El espejo del ropero está roto y el largo alambre del que pendían las camisas y los trajes ha sido arrancado. Ha dejado dos agujeros en la pared. Uno frente al otro.
- Es una de las mejores habitaciones que tenemos.
- Bien.
- Ahora, hagan el favor de decirme el precio. Si nos arreglamos, el día dos de cada mes les enviaré el dinero.
- No nos vamos a pelear por eso. No se apure...
- Comida y habitación, por tratarse de usted, son mil quinientas pesetas.
- ¿No puede ser menos?
- Es el último precio... Si hemos de reservarle la habitación es costumbre, usted debe saberlo, dejar paga y señal.
- Bien.
El caballero tose un poco y, gravemente, se saca una cartera brillante de imitación de piel de cocodrilo. Coge de ella dos billetes de cien pesetas.
- ¿Bastará?
Los ojos de la señora Eloísa y los del señor Joaquín coinciden en el papel liso de los billetes.
- Sí, señor.
- Claro que sí.
- Mañana, vendré a acompañar a mi hermana.
- A la hora que venga, será bien recibida…
Al caballero desconocido, los zapatos le chirrían como si fueran nuevos. La señora Eloísa y el señor Joaquín lo acompañan hasta la puerta.
- Cuidado con caerse. Esta escalera está un poco oscura...”
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* Julio Collado es maestro de educación, autor de libros infantiles y de poemas en antologías varias. Además, es columnista habitual en el Diario de Ávila y colaborador en Televisión8Ávila.
(Enviado por José Antonio Sierra)