Opinión

El bosque animado

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

A S. C.R.

Germán Ubillos Orsolich | Sábado 11 de septiembre de 2021

10SEP21 – MADRID.- Eran los dos jóvenes, y para ellos era todo maravilloso. Subían el Simplón y el San Gotardo en una furgoneta Wolkswagen que les habían prestado unos amigos. Ella era fuerte, sensible, joven y deseable, tenía veintiocho años y él treinta y uno. Conducía él la furgoneta y ella iba a su lado. Ella le quería con locura, jamás quiso a otro hombre igual.



Él era delicado, frágil, delgado; de ojos azules y pelo claro. Conducía bien y eran muy felices, sí; se querían, con ese amor limpio y a la vez un poco salvaje de la juventud.

Los puertos de montaña de la Suiza francesa y la Suiza italiana, con las flores de edelweiss, no son fáciles de describir; quizá el filme “Sonrisas y Lágrimas”, en inglés “The Sound of Music” haya sido la forma más exacta y más hermosa de definirles. Con una Julie Andrews indescriptible y un Christopher Plummer, en el papel del capitán von Trapp, inolvidable.

Bueno. Llegaron hasta el lindero de un bosque muy poblado, muy denso, muy espeso y muy oscuro. Se hacía de noche y ella preparaba la litera donde dormirían abrazados.

Ella retiraba los quesos, los yogures y los chocolates de sabores inefables, y que en la España de Franco aún ni existían.

Y fue al hacerse la noche que él, bromista, le dijo a ella que allí al fondo en el bosque se veía una lucecita en la espesura (en la realidad fue así, lectores); y fue y le dijo que allí vivía un ogro, un mal hombre sacamantecas que asesinaba todo cuanto veía, les cortaba el cuello con afilado cuchillo para hacer después con ellos o con ellas salchichas, morcillas y salchichones.

Ella, que era muy guapa, muy atractiva, muy expresiva y con un suave acento entre andaluz y manchego, comenzó a gritar y a decir que tenía un miedo espantoso.

A él jamás se le olvidaría aquella secuencia. Tuvo que coger el volante y ya, de noche, enfilar la carretera y dirigirse a la población más cercana que era Lugano – en la suiza italiana -, y aparcar en su calle principal iluminada profusamente y llena de automóviles y de peatones.

Entonces echaron las cortinillas de las ventanillas, y abrazando a su mujer, se durmieron aunque ella aún suspiraba y lloriqueaba.

Él, ignorante hasta entonces, descubrió cuán miedosas eran las mujeres, aquella noche inolvidable cuando aún eran muy jóvenes los dos, y no conocían todavía lo dura y maravillosa sería la larga vida que aún les esperaba.