Opinión

Los perros y mis vecinas

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Para Elena, mi mujer...

Germán Ubillos Orsolich | Lunes 28 de junio de 2021

27JUN21 – MADRID.- En 1929, tras cinco años de vacilaciones por parte de jurado de los nobel y no por falta de prestigio y méritos de su autor, Thomas Mann, el autor de Lübeck, famoso ya por sus novelas “los Buddenbrook” y “La Montaña Mágica”, obtuvo el codiciado Premio Nobel de Literatura.



Mann ya era famoso en Alemania y en medio mundo.

Hacia 1960, espoleado por una mujer incomparable a la que debo tanto comencé a leer del orden de ocho horas diarias, que culminarían el año 1971 con la concesión y entrega del Premio Nacional de Teatro que otorgaba la Jefatura del Estado y en su nombre el Ministerio de Cultura e Información y Turismo a mi obra “La Tienda”, con estreno preceptivo en el Teatro Nacional maría Guerrero y posterior gira por toda la Red Nacional de Teatros. Este hecho cambió radicalmente mi vida, pues de ser el hijo primogénito y mimado de una familia de comerciantes acomodados de la alta burguesía, pasé de la noche a la mañana a ser jinete preferido de ese caballo luminoso, envidiado y peligroso llamado “La Fama”.

Por aquel entonces ya había leído el relato corto de Thomas Mann titulado “Señor y perro”, una emocionada y bellísima narración dedicada por Mann a su perro predilecto Bauschan.

Es curioso que el magnífico y extraordinario autor de Lubeck haya gozado entre las juventudes de distintas nacionalidades y generaciones menos predicamento que Hesse, su otro congénere y compatriota alemán, de vida más azarosa, fragmentaria y polémica; pero es quizá precisamente por eso que la gente joven se ha visto más reflejada siempre en sus zozobras, dudas y angustias, por su otro compañero; el cual una vez obtenida la primera fama se sumió en una tremenda crisis existencial que le obligó a abandonar a su mujer y a sus hijos y a iniciar una búsqueda de sí mismo a través del abandono personal, la sequedad y el alcohol; hasta que pudo reencontrarse en sus viajes a la India, fruto de los cuales el autor de “Knulp”, “Bajo la Rueda”, “Demián” o “El juego de los Abalorios”, pudo llegar a escribir libros imperecederos como Siddharta (1922) y actualizar e integrar el budismo en la cultura occidental.

He de reconocer que siempre sentí una mezcla de admiración y veneración por Mann, pero sin embargo si pienso sobre mi vida, ahora en la vejez, reconozco que se pareció mucho a la de Hermann Hesse. Pues habiendo tenido una infancia mágica y regalada, unos padres incomparables, comerciantes de la alta burguesía acomodada, renunciando a esa herencia – cosa corriente sin embargo a las generaciones posteriores a las dos guerras mundiales – me sumergí en el mundo de las letras y las humanidades, ese mundo maravilloso y hermoso pero como un bosque umbrío, peligroso e inquietante donde los haya, y de ahí que conquistada la fama y el aplauso una depresión nerviosa gigantesca me mantuvo anulado como hombre y como escritor desde el año 1975 a 1994, año en que nacería mi única hija.

Pero bien, vamos a lo que vamos.

Y se trata de glosar el amor que el hombre ha sentido por el perro y el amor correspondido que éste ha sentido desde siempre por su “señor y dueño”.

El amor de Thomas Mann a sus perros, y en particular a Basuscham, al que dedica un relato de 62 páginas de letra pequeña - traducido fielmente por Francisco Payarols para “Colección Premios Nobel” de Aguilar, en su quinta edición de 1967 - y que comienza como breve introducción con el fraseo atribuido a Goethe, que dice:

“Henos, por fin, de nuevo en la paz del hogar; la casa toda espera, amable y familiar. El poeta feliz, descansa la mirada en la vida otra vez animado. Por lejos que vayamos, por mucho que viajemos, al viejo hogar tranquilo volver anhelaremos; que el gozar las delicias del mundo nos enseña a querer más y más la estrechez hogareña”.

(Continuará)