Opinión

Crónica teatral: “LA ESPERA” : Un buen teatro de tres autoras

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Germán Ubillos Orsolich | Lunes 16 de septiembre de 2019

16SEP19 – MADRID.- Paseábamos hace dos tardes por las cercanías de “La casa Encendida” y la bien surtida librería de teatro “Yorick, aprovechando estos primeros días casi otoñales, cuando a mi mujer se le ocurrió la idea de entrar en la “Sala Mirador”.



He de confesar que no iba muy animado, aunque también me acompañaba mi director de escena y amigo íntimo Ángel Borge.

Se trataba de un trabajo colectivo, con guión de Inma Chacón, Carmen Losa y María Prado.

El director Miguel Cubero que también había trabajado en “La Abadía” a las órdenes de José Luis Gómez, muy amable, al reconocerme se sentó a mi lado. Mi mujer con Borge algo más arriba.

He de confesar que estas salas no acaban de convencerme, yo soy del Bellas Artes, del María Guerrero, del Marquina o del Alcázar.

Pero he de confesar también, que desde que comenzó el espectáculo titulado “La Espera”, me absorbió con tal fuerza magnética y belleza plástica que cambió mi estado de ánimo.

El director, Miguel Cubero, ha ideado un “espacio escénico” auténticamente genial, ya que es un jardín o patio angulado de la altura de un frontón cuyo suelo está cubierto de césped verde.

Hacia dentro de ese frontón angular van las obsesiones, frustraciones, largas e interminables esperas de la mujer de ahora y quizá la de todos los tiempos….Pero amigos, hacia afuera está la libertad, el espacio infinito, y es hacia ese horizonte sin límites donde esas cuatro mujeres vierten y expresan sus añoranzas, sus sueños y sus anhelos, sus ansias de libertad y de dignidad; el final de esa “Larga espera” hasta que el mundo reconozca que ante todo son personas, personas dignas de un buen trato, de una igualdad de oportunidades y del reconocimiento de todos. Las cuatro actrices jóvenes están geniales gracias también a la sabia dirección minuciosa de Cubero.

Ellas son: Aida Villar, Carme Bécares, Carmen Valverde y Luna Paredes, y desde aquí las aplaudo. También la iluminadora Raquel Rodríguez, pues cada vez que yo me adormilaba un par de segundos, fruto de todas las pruebas y perrerías que me han estado haciendo - para evitar lo inevitable, “el paso del tiempo”-, una luz increíble me despertaba hundiéndome en la acción como si se tratara de salir de Saturno y entrar en Urano o en Marte, en ese viaje fantástico que es viajar a lo largo del buen teatro, el que cauteriza de veras las heridas del alma.