20AGO19.- Tras tomar el sol por la mañana y unos bañitos, la gracia está en irse al chiringuito a comer y a beber. Paella, ensaladas, mariscos, pescado, cerveza, vinos, refrescos.
En buena compañía de las amigas… y amigos. Como Javier, que me escruta porque quiere ubicarme, no me coge el punto el pobre.
─Siendo así, ¿cómo es que no estás siempre… con tíos?
─¿Cómo es que no estoy siempre calentando, quieres decir?
Hace esfuerzos por no mirarme el bikini y lo que hay dentro.
─No, bueno, sí, no sé.
─¿Y tú por qué estás siempre soltando pollitas?
─¿Pullitas, quieres decir?
Todos en la mesa ríen a carcajadas, se lía la más grande, el escándalo que ya estaban llamando los tintos de verano y las jarras de fría cerveza.
En especial, se guasean mis amigas del pobre Javier. Le explican que, aunque yo esté buena, no soy una calienta. Ni quiero ni me hace falta.
El desgraciado de Javi es un inmaduro. Se cree que aquí todo el monte es orégano, y que la playa es para el desmadre continuo. De noche, en su cuarto, seguro que piensa en mí.