Opinión

El editor y sus autores

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Germán Ubillos Orsolich | Domingo 10 de febrero de 2019

10FEB19 – MADRID.- Mucha gente ya sabe del nuevo libro que estoy a punto de sacar, se trata de una reflexión profunda acerca de muchas cosas que he ido conociendo en distintos tiempos de mi propia vida.



Llegado a este momento se pasó por mi mente escribir sobre el tiempo, ese fluido misterioso que va y viene y en cuyo seno nos movemos y existimos. Cogí por los cuernos el delicado asunto llevado a la par con mis otros quehaceres literarios. O sea muy genéricamente junto con los temas archiconocidos del amor y de la muerte.

Pero precisamente el tiempo en relación con el amor y con la muerte es lo que ocurre en nuestra religión cristiana con el Espíritu Santo en su relación con las figuras del Padre y el Hijo.

El vulgo sabe desde siempre quien es el Padre y quien el Hijo, pero para corporeizar la figura del Espíritu Santo tuvo que darle la singular figura de una paloma, de una blanca y rolliza paloma que simboliza el amor inefable entre el Padre y el Hijo.

Paloma que hemos visto con frecuencia escapar de las manos de los distintos papas desde la ventana de sus apartamentos pontificios y revolotear sobre la muchedumbre abigarrada cruzando de lado a lado la majestuosa Plaza de San Pedro en Roma.

Así el tiempo escapaba una y otra vez de mi pluma, siempre que aludía a él tanto fuese en teatro como en narrativa.

Por fin, como les digo, me decidí a hablar o mejor a escribir sobre el tiempo y su esencia, consciente de que desde Thomas Mann, Marcel Proust o Noël Coward lo habían intentado y que quizá la única forma sería a retazos y en vuelos en picado o en vislumbres en diagonal. Y así lo he ido intentando, aclarando siempre a mis allegados que intentaba con ello plasmar el intervalo temporal que Dios o el Destino o los Genes nos concede a cada uno de nosotros y como vamos haciendo con ello el bien o el mal, la fructífera y nueva cosecha, o la frustrada y agostada sementera ruinosa.

Pero he aquí que en medio de la tirada del primer ejemplar va mi editor (uno de los diez o doce que he tenido a lo largo de mi vida literaria desde 1970 ) y me propone cambiar el nombre por uno más moderno y funcional, por ejemplo el vocablo:”TIEMPO”.

Y así queda la cosa, un autor clásico de formación profunda, y un editor pendiente de las modas actuales.