No podía dejar de pensar.
Atrás y delante veloz se ofrecía aquello que es nada.
Un paso y todo sufrir culminaría.
Toda alegría también.
Cruzó, quizás burlándose de lo que ella no osaba,
otro pensamiento por su mente.
La situación era la evidencia irrecusable
de que siempre aguardó una orden
y rechazó la iniciativa.
A última hora se decidió.
El taxi decía "libre"; ella leyó
la postrimera declaración de su condena.
El verde se hizo ámbar e inmediatamente rojo.
Pensó que a última hora es tarde,
y tarde nunca.
Rodeó y abordó el vehículo,
y pidió un viaje adonde sea.