Opinión

Tener cáncer

Opinión: “La Columna de Primavera…”

No es fácil hacerse el desentendido con esta enfermedad. Uno, aunque no quiera y no deba, conserva un permanente temor al interior, pero...

Primavera Silva Monge (*) | Jueves 04 de agosto de 2016

Por Primavera Silva Monge

El temor es una esperanza negra…

04AGO16.- Mi abuela materna y mi mamá murieron de cáncer. Cuando me tocó a mí, lo tomé con mucha filosofía. Me llegó una sabiduría súbita para afrontarlo en buena onda. Tenía a mis hijos chicos y NUNCA acepté la idea de que moriría, pese a haber llegado a tener metástasis. Esto hace ya 27 años.



Cuando mi doctor de cabecera me operó, tenía cerca de 90 años y estaba un poquito senil con justa razón, sin embargo su mirada ayudó a que yo viera a Dios obrando en él. Solía decirme que mi propia seguridad impregnó a todo el equipo. Lo sucedido como resultado, fue muy hermoso y romántico, aunque la marca del zorro como cicatriz en mi tripa, sólo haya sido obra del temblor de sus manitas.

Yo sólo esperaba, como siempre, cosas buenas de Dios y para nada se me pasaba la duda por la mente, si acaso saldría de este pozo. ¡A pesar de la experiencia con mi abuela y mi mamá!

Por instinto de supervivencia no me acerqué a nadie pesimista. Si alguien venía con cara de pena a verme, se transformaba al ver que a mi alrededor las cosas no habían cambiado y que el ambiente era tan alegre y festivo como siempre. Estaba claro que estaba viviendo una fuerte y exclusiva experiencia y la iba a vivir de la forma más entretenida posible. ¡A mi manera!

Afortunadamente, para mi hija fue éste el modelo a seguir cuando la voz cáncer pretendió intimidarla. Ya había adaptado muy bien la forma de asumirlo, con mucha calma, sin sentirse amenazada... ¡Y salió adelante!

A veces se cae en la trampa de la autocompasión y de la compasión ajena, porque es rico ser protagonista, es rico ser mimado, pero a la vez, ver que la gente llora por uno, debilita las fuerzas y no ayuda a luchar.

No diré que yo no lloré, pero... ¡UNA sola vez!

Estaba con el doctor, quien lleno de rodeos trataba de explicarme lo que tenía, como hablándole a una chiquilina de 6 años. Le pregunté muy entusiasta si acaso tenía cáncer y él, entre sorprendido y temeroso me dijo que sí, con los brazos de su corazón bien abiertos, previendo una eventual reacción que pudiera empujarme al vacío. Como aquella red de contención unipersonal no era más que su gran amor por mí, le respondí con verdadera buena onda: "¡Bien! ¡Vamos a ver cómo salimos de esto los dos!"

Luego, cuando llamé a una amiga para contarle los resultados, ésta lloró tanto, que me hizo reaccionar como cualquiera sin fe y también lloré y lloré y lloré y lloré. Por única vez y en dos minutos. Fue lógico, me contagió con su tristeza. ¡Pasa hasta con los dibujos animados...!

Ese fue todo mi llanto y aquí estoy, con lo que la vida me tenía deparada: Mis hijos grandes y ya contando 12 adorables nietos, que lejos son lo mejor que me ha pasado en la nueva vida.

Haberme sanado, no es mi obra y no me jacto de ello. Doy gracias a Dios, porque entre los dones con que me mandó a este mundo, está la confianza diaria y constante en Él. Esto también se puede aprender, pero no de la manera en que se hacen ejercicios abdominales, en que por no ver resultados inmediatos, se deja de hacerlos. La fe en la oración, en otras palabras, en el diálogo y protección de Dios, se aprende. Mi papá me lo enseñó. Siempre destacaba las obras de Dios en nuestra vida. Para empezar, el amanecer, las frutas, las semillas generosas para multiplicar los frutos, la luz, los colores, la bondad...

Uno no debería acercarse a Dios solamente cuando tiene problemas, porque se carecería de la costumbre en la comunicación y desesperaría no saber si acaso está escuchando o no... Luego se empieza con la tonta duda y se termina reprochándole todas las cosas que salen malas.

Dios nos da las herramientas y la libertad de usarlas a nuestro antojo. Nosotros, con la fe las debemos poner a trabajar, como lo haría un hipnotizador concentrado en la levitación de su afectado, esperando siempre buenos resultados.

Por esa razón, es recomendable hablar con Él a diario, en cualquier lugar y de cualquier cosa. Por ahí, algunos dicen que pasan cosas horribles en el mundo como para que Dios ande pendiente de nosotros y escuchando nuestras estupideces... ¡Malo! Porque...

¿Qué es la Omnipotencia de Dios entonces?

No podemos medir a Dios con nuestras huinchas de sastre o reglas de ingeniera.

En mi caso particular, lo hablo todo con Él, aparte de que es el Único que me aguanta. Por ejemplo: Acerca de mis plantas, del almuerzo, de la actualidad... Como una loca, pero loca feliz.

Con los años, me he dado cuenta de Su sentido del humor y me siento muy cómoda con Él en todas partes. Incluso si estoy en el baño y me duele la tripa, le pregunto si acaso se fijó en lo que comí. Si voy saliendo a algo importante y me da diarrea, por ejemplo... ¡Qué inoportuno! Le pregunto juguetonamente por qué me está reteniendo. Y a veces me da risa lo obvio que se muestra mediante sus jugueteos. Cuando ya voy en camino, descubro la respuesta: Un choque, un atropello, un asalto, un cierre en mal estado... en fin.

Si se pudiera convidar la fe, lo haría con todo mi corazón, pero no es fácil, porque la gente que la ve a una tan loca, termina rechazándola por no entender.

No ando hablando de Dios todo el día, aunque me lo vivo a concho, porque para eso es mío, ya que me lo encontré desde muy chica y sin lugar a dudas, es mi mejor amigo.

Esto es tan sólo un testimonio para quien lo quiera disfrutar.

(Primavera Silva Monge – Santiago de Chile, 04 de agostote 2016)