Recuerdo que yo aún era estudiante de medicina y me correspondía estar al mando de mi primera operación de ceárea. Mi médico instructor a mi lado, dispuesto a actuar si alguna emergencia así lo ameritaba. Transcurrido un período que para mi fue casi eterno (y creo que para aquella joven madre también), por fin tengo en mis manos a aquel robusto varoncito, que al extraerlo, me extiende su bracito derecho con su mano empuñada. Mi instructor en broma me dice, “ábrele la manito, tal vez lo pinchaste con el bisturí”; yo con prontitud separo sus deditos y el bebé “me entrega” el dispositivo intrauterino usado por su madre como método anticonceptivo… Fue un instante de emoción y alegría, fue su tácito mensaje: “guárdense esta tontera… ni esto impidió que yo viniera al mundo". Fue una oda a la vida.