Jorge Manrique, que había nacido en la villa palentina de Paredes de Nava, cayó mortalmente herido ante los muros del castillo de Garci Muñoz, en la provincia de Cuenca, combatiendo en favor de la causa de Isabel la Católica. Tenía treinta y nueve años en aquellos momentos, dejando su nombre envuelto en una aureola romántica, tanto por el valor de su poesía como por los episodios amorosos que protagonizó a lo largo de su vida. Se trata de una tragedia muy parecida a la sufrida medio siglo más tarde por Garcilaso de la Vega, considerado el primer poeta del amor, en el asalto a la fortaleza de Muey en tierra francesa.
Las Coplas manriqueñas, como nos recordó José Bergamín, "han verificado el milagro de convertir ante nuestros ojos, para nuestros oídos, un momento histórico en un instante eterno".
Ahora me llega, desde la ciudad de México, un ejemplar de especial valor literario y erudito, publicado en en 2012, por Frente de Afirmación Hispanista, que dirige y preside Fredo Arias de la Canal, ilustre personaje de ascendencia hispana que viene realizando una importante labor editorial y cultural en todo el ámbito de la lengua española. El libro en cuestión no es otro que el titulado Glosa sobre las Coplas de Jorge Manrique, comentadas por Jorge de Montemayor, poeta y escritor portugués, nacido en Piamonte, cantor de la capilla de la infanta María, hermana de Felipe II, y autor, nada menos, que de Los siete libros de Diana, la primera novela pastoril española, publicada en Valencia hacia 1558, obra tan elogiada por los eruditos de España y Portugal desde el momento de su publicación.
El editor, escritor y poeta Fredo Arias de la Canal, que abre el volumen con una interesante versificación desde la que procura dar cuerpo a la naturaleza del libro, nos sitúa ante el prodigio de ofrecernos el contenido íntegro de las Coplas, agregando los comentarios a las mismas de Jorge de Montemayor. Todo un acontecimiento literario, humanístico y lírico, como pocas veces se ha dado en la historia de nuestras letras. Él sabía que Jorge Manrique posiblemente había tomado como base de esta incomparable joya de nuestra literatura, para expresar con mayor grandeza el dolor por la muerte de su padre, el maestre Don Rodrigo, elementos de la Biblia, de Boecio, incluso de la poesía arabico-andaluza; aunque el poeta, como señaló Pedro Salinas en su libro sobre Manrique, "supo aunar espléndidamente la tradición con la originalidad".
Desde el primer instante, Jorge de Montemayor nos asocia a una honda penetración en la lírica de Manrique. Veamos un ejemplo: "Recuerde el alma dormida/ avive el sese y despieste/ contemplado/ como se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando". Y he aquí la glosa de Montemayor: "Despierte el alma que osa/ estar contino durmiendo/ y luego irá conosciendo/ que no puede esperar cosa/ que no se pase en veniendo./ No fie tanto en su vida,/ mire que dice la muerte/ voceando:/ "Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando"... Todo un primor de alta literatura, de autores que dieron a nuestra lengua, a nuestra cultura, el rango de universal, de insuperable, como nunca había sucedido. Después vendrían otros autores inolvidables, pero por allí anduvo la base.
Los principales comentaristas de la literatura han coincidido en afirmar que la medida y dimensión de una obra clásica nos la ofrece su supervivencia a lo largo del tiempo. Queda bien definido en la obra que comentamos. Es decir, que clásico es aquello que permanece cuando los gustos de la sociedad cambian y la sustancia de la escritura permanece. Las obras clásicas como La Iliada, Hamlet o el Quijote nunca son textos cerrados, sino que resultan útiles para cualquier tiempo. Como sucede con el contenido de este volumen que debemos al cuidado y al fomento de la cultura que viene realizando el escritor y editor mexicano Fredo Arias de la Canal.