Opinión

Escapando al país de los sueños

Opinión

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

Miércoles 22 de octubre de 2014

Al llegar a Mareny Blau me percaté que sin coche estaba perdido, el hotel estaba frente al mar, un mar inmenso que no parecía el Mediterráneo, no conocíamos a nadie, durmiendo tan poco, las cinco horas imprescindibles, me sobraba tiempo por todas las partes, bajaba al hall a las siete y media y me duchaba antes largamente, sentado en una cómoda butaca observaba el movimiento del personal hasta que llegaban los directores, amables, competentes y con clase, me dejaban entonces entrar en su despacho para ver en “Internet” las portadas de mis periódicos digitales.



Un día en Valencia tras comer una fantástica paella junto a la Virgen de los Desamparados y en un momento en que las tres mujeres me dejaron en un Star Bucks conocí a una camarera que terminó siendo la encargada de aquel negocio, era de los más pijos de la capital en la calle Pau o Paz. Charlamos un rato y días después con esa inquietud que me caracteriza, una inquietud bastante molesta en la que se mezcla lo intelectual con lo espiritual, me pedí un taxi en el hotel que me llevó hasta Valencia a unos 40 kilómetros y que me dejó en la puerta del Star Bucks.

Esperé en una cómoda butaca y apareció la encargada vestida con un precioso vestido algo escotado con falda plisada hasta la media pierna y graciosas hombreras de volantes.

Fuimos caminando con ese calor húmedo de la mañana en una ciudad tan maravillosa, populosa y rica como la del Turia y no sentamos frente a frente en una cafetería a charlar. La charla duró una hora y cuarenta y cinco minutos. La mujer era muy completa, de rara belleza, inteligente, un poco morbosa pues tenía algo especial en la mirada de ojos negros. Acababa de dejar a su novio, un novio de ocho años, ahora tenía ella 30, le había dejado en mayo y estábamos en julio, pueden imaginar la situación. Entró al trapo y me contaba todo como si fuera el último día de nuestras vidas, y en realidad lo fue, pues como en “Crónica de una muerte anunciada” de García Márquez ese sería el principio y el final.

Hablábamos como locos, zigzagueando como un scanner nuestras almas atribuladas, la de una mujer de 30, preciosa, morbosa e inteligente, y la de un hombre en la setentena que se negaba a abandonar la vida. Hablamos de lo divino y de lo humano y ya al final con una sonrisa entre pícara y cariñosa me hizo tres preguntas como tres acertijos psicoanalíticos que yo contesté lo mejor que pude. Dijo que en el pueblo había perdido dos años y que su padre, separado de su madre, había muerto. Había viajado mucho con su novio. Me pareció una mujer bandera en un curioso estado límite de soledad, dueña del tiempo y por fin “señora de su libertad”. Caminamos un cierto tiempo cogidos del brazo, como en volandas, algo así como en el filme “Cantando bajo la lluvia”. Creo que por unos instantes habíamos llegado a una extraña compenetración, ella tenía que volver a la oficina y yo paré un taxi, dije que me sentaba delante porque tenía que viajar, esto es, volver al hotel a 50 kilómetros de distancia. En el ajedrez ella dijo querer ser el peón y yo, como de costumbre, el rey.

Cuando me sentaba junto al chófer pude apreciar su tipo vigoroso, gracioso y espléndido, unió las manos junto a su cara y yo la envié un beso con la mano.

Cuando el chófer volvía a toda velocidad entre inmensos arrozales verdes y extensiones de agua, otras tierras labradas, sentí en la boca del alma un sabor agridulce. Siempre que la llamé desde el hotel a su móvil no contestó, no se quiso poner a pesar del enorme interés que mostraba al principio, puede que me buscara en INTERNET, puede que descubriera, cosa fácil, que yo era casado… y a pesar de que ninguno de los dos éramos convencionales tomó la decisión de disfrutar de eso tan maravilloso que es la libertad, ahora que acababa de deshacerse de su novio de siete años, un hombre muy monótono que siempre quería ir o hacer lo que él quería.

Estoy acostumbrado a esto. El cuerpo humano gasta sus malas pasadas al cerebro, al alma, y si encima estás casado como podéis comprender, el Espíritu Santo se encarga siempre de echar una mano al autor de este relato, un autor de una enorme fantasía pero de muy poca cabeza.

(*) German Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)