El diablo no existe (o al menos, es cada vez menos creíble)…

“La mayor estratagema del Diablo consiste en hacernos creer que no existe” (Baudelaire)

En antiguas leyendas y los cientos de libros que se han escrito sobre el tema de la influencia del Maligno, siempre se presenta al Diablo valiéndose de los trucos y artificios más  complicados para conseguir arrebatarle el alma a un mortal.

Riquezas incalculables, éxitos en el amor y los negocios y el más anhelado de los sueños de todo hombre en la historia de la Humanidad: la eterna juventud o, cuando menos larga vida, son los dones que ofrece Belcebú hasta que se cumpla el plazo pactado y el llamado príncipe de las tinieblas, se presente puntualmente a cobrar su deuda.

De lo anterior se deduce que el Diablo –dueño se supone, de una inconmensurable riqueza- que no escatima en gastos para conseguir el alma de un simple o cualquier mortal es un personaje que en los tiempos que corren, hace bastante mal su trabajo ya que hoy mismo y sin mayor esfuerzo, podría comprar ejércitos de almas a precio de saldo, ¡vamos!, que por un bíblico plato de lentejas, los  afectados por la crisis (empezando por los propios gobiernos) harían cola para venderle su alma.

Está claro que este personaje podría ser la solución a todos los problemas que ahora tenemos y sólo a cambio de venderle nuestras almas pero hay un problema y gordo. Para venderle el alma al diablo primero tendríamos que rescatarla de los bancos, de las multinacionales y de todos aquellos (incluidos los gobiernos) que aún antes de nacer han atrapado nuestros cuerpos y almas en el perverso sistema que nunca nos dejará escapar. Quizás entonces, el actual sistema imperante sea la más hábil argucia del diablo para quedarse con todo y sin que le cueste un centavo y lo que es peor, sin que nosotros, caigamos en la cuenta…