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Vivencias

Sigmund Freud y Yo .

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

El actor Viggo Mortensen estrena en España el film “Un método peligroso”, trata partes de la vida de Sigmund Freud y su relación con Carl Gustav Jung .

 

Yo me encontré con Freud a finales del año 1975, era famoso a nivel nacional, mi obra “La Tienda” había obtenido el Premio Nacional, tenía varios libros publicados, de mi novela “Largo Retorno” habían realizado una película dirigida por Pedro Lazaga, con actores ingleses, era guionista de Televisión Española para sus espacios dramáticos, me codeaba con los mejores actores y productores, escribía en la prensa nacional, era soltero, me asediaban las chicas y los amigos, nadábamos yo y mi familia en una situación económica admirable gracias también a los florecientes negocios económicos de mi padre, los críticos literarios teatrales me comparaban con Shakespeare, Calderón y Samuel Beckett, ganaba mucho, mucho dinero, y sin embargo el 21 de marzo de 1975 se me desató una tremenda depresión, “depresión endógena”, que me abatió como un terrible tornado o un rayo que Zeus me hubiese lanzado desde su Olimpo tronante.

En esa crucifixión, en ese Gólgota que para ser más exactos me duraría casi dieciocho años y me borraría totalmente del mapa de los escritores, de la fama y de los medios informativos, entre muchas cosas, muchas experiencias y muchos sufrimientos me topé, como he dicho al principio del artículo, con el médico que interpreta Mortensen pero no como actor sino como paciente. Habían transcurrido muchos años desde que murió pero yo llegué a encontrarme durante ocho meses tumbado en el diván con el sicoanalista - discípulo detrás de mí en silencio, en un desesperante silencio, y tomando notas, se trataba de que de mi boca saliera alguna palabra, alguna narración, algún recuerdo, algún miedo, algún trauma o frustración o maltrato o lo que fuera, que entrara en mis oídos, vamos que me curara a través de la palabra, de las palabras, esto es en realidad lo único fascinante que tiene en sí el llamado psicoanálisis descubierto y aplicado por el médico vienés.

Mi vida de ser maravillosa y trepidante se había transformado en un infierno: pérdida del sentido de la vida, dolor moral, tristeza indefinible, evaporación de mi yo, desinterés por todo y por todos, angustia, oquedad en los brazos y las piernas, crisis de ansiedad. Pasé por siete siquiatras, viajé por más de treinta países, albergué en mi casa a personas que apenas conocía, que fumaban hachís y marihuana, practiqué el sexo como fórmula curativa, hice psicoterapia individual, acupuntura, hidroterapia, el test de Rorschach, medicina sicosomática, deambulé como un vagabundo del espíritu en busca de mi yo perdido. ¿Me salvó Sigmund Freud?, no lo sé, a decir de un siquiatra que fue uno de mis maestros, me curó “mi capacidad de reflexión, mi esfuerzo de reflexión y mi categoría personal”.

A mi modo de ver, me salvó, me curó mi hija Marta que vino a este mundo como “E.T.” a salvarme, a llenar mi vida, a exorcizarla, lo demás fueron curanderos pero indudablemente Freud me enseñó a intuir que mucha gente incluso famosos, poderosos o adinerados, tenemos, tienen muchos problemas sin resolver, problemas profundos y tremendos que pueden hacer explosión en el momento menos pensado y deshacer sus vidas. “Habemus Papam” es otro filme reciente que narra hechos semejantes.

Gracias a Dios aquella época turbulenta pasó, aclaré mis problemas o al menos los más acuciantes y fundamentales que ahora no voy a contárselos, lectores, y aprendí sobre todo que somos limitados y vulnerables y finitos, que no somos “supermanes”, y que nuestra vida es frágil y compleja, y que estamos expuestos a mil riesgos y peligros, y que el equilibrio se compone de muchos factores, de muchos alicientes distintos y necesitamos la ayuda de los demás, todos nos necesitamos mutuamente, y no solo Jung y Freud, también los amigos y los viajes, y el piano y la naturaleza y nuestros antepasados que quizá recen por nosotros para que nos curemos de las enfermedades y de los errores que son la causa de esas enfermedades y todas esas cosas ese revoltijo que un buen día hacen que nos curemos, que dejemos de sufrir y seamos más sabios, con la fama quizá perdida pero experimentando que hemos recuperado el yo, el sentido de la vida y la capacidad para volver a valorar las cosas, para volver a sentir y así para volver a amar.

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(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro y Premio Julio Camba de Periodismo.

 

 

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