Juan Andrés presuroso bajaba las escaleras del metro, apurándome; en búsqueda de su recordada amiga de la infancia, Susana. Se habían reencontrado un par de días atrás a través de una de las redes sociales de internet.
Llegó precipitadamente al andén y junto al muro ve a una jovencita, sola y pensativa. El súbitamente se ubica en frente de ella dándole un beso en la mejilla. La muchacha lo queda mirando algo sorprendida, algo extrañada y algo confundida.
Y el diálogo se inicia:
- Hola (dice Juan Andrés).
- Hola. ¿De dónde nos conocemos? (dice ella).
- De nuestro barrio, soy tu vecino de la infancia con quien te juntarías hoy, Susana.
- ¿Qué? Me llamo Ángela.
- Oh, perdón, discúlpame no puede ser… te confundí, es que vengo atrasado y muy acelerado, (y le cuenta su historia).
- ¿Y cuál es tu nombre?
- Juan Andrés. Ángela es un bonito nombre.
- Gracias.
- Bueno disculpa nuevamente y ahora te dejo. Ha sido un bochorno, pero un gusto.
- Espera, no te vayas. ¿Te puedo decir algo?
- Si, dime.
- Me encantó esto. Fue como mágico. Justo en este momento yo tenía como la mente ida, tratando de no pensar en nada.
- ¿Pero, por qué estabas así?
- No se. Hoy amanecí extraña. Hay cosas que me apenan de la gente y de la vida.
- Si tienes razón. ¿Pero no como para lanzarse al metro verdad?
- No, nunca lo he pensado.
- Ja ja.
- ¿Dame otro beso?
- ¿Qué?
- Pero igual al anterior, así como sorpresivo en mi mejilla.
- Estas realmente… loca. Ja ja ja. ¿Y a dónde vas ahora?
- A mi Universidad a buscar unos libros.
- Yo parece que me iré. Creo que mi amiga Susana ya no vino. ¿Te acompaño?
- ¿Quieres? ¡Claro, vamos!
- Ah, primero… aquí está tu otro beso.
Nos despedimos y les vi alejarse sonrientes.
Hoy Ángela y Juan Andrés llevan dos años de feliz noviazgo. Se casarán mañana y yo seré uno de los testigos de la boda.
Y realmente… fui un testigo de ese amor.