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RELATO CORTO

"Telaraña"

Por Ulises Atom - desde Santiago de Chile

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Chupaba el filtro de un pólmol con un buen cabro, íbamos hablando o no sé, pero la atención nos la robó la luna, espléndida, fulgorosa, coronando el cielo de la noche con su circunferencia. La observamos como simples animales, arrobados por la divinidad de lo inalcanzable, expresamos con estrechez aquello que casi sospechábamos, y más sabios o menos fantoches, en silencio la admiramos un rato más.

De esa beldad nos transferimos a una mayor acaso. A unos catetos aferrada, por tres fibras sostenida, tal cual una neurona observada a través del microscopio, una hamaca para el último descanso de los volátiles, bendecida por la luz selene, fresca, mecida por los altibajos de la atmósfera, inconclusa, algunos segundos años-luz más acá, a mi alcance, en la jurisdicción abominable del hombre, era el delicado ornamento de la vida una telaraña.

En su centro, laborioso, ejercía su innata maestría el arácnido artesano. De su minúsculo vientre, el grano de una legumbre, surgían brillantes fibras del material más recio conocido en el reino de las bestias.

Pensé una paradoja: con un meñique podía desmantelar su edificio. Como una broma cruel se la conté a mi amigo, sustituyendo el dedo por algo más simbólico: la ceniza ardiente del cigarrillo. Con una risa traviesa secularizamos esa maravilla que humildes y disminuídos habíamos contemplado.

La mano inició su mordaz cometido, antes incluso de decidirlo y titubear. La duda, el héroe de la fauna, cercenó la intención. La fecundó, gestó y parió al decir verdad. La fertilizó con la irrefenable curiosidad. Hasta entonces era travesura de imbéciles. Una chanza impía que nos tentó a los transgresores. A los que padecen una gula fenomenológica, una voraz hambre de experiencias. Nos miramos temerosos y desafiantes a la vez, yo quería hacerlo, quería oponerme a su proyecto, quería verla improvisar, ver su reacción, ver si la vida tenía una respuesta a mi insolencia, pero esa manía de dividir culpas para entrometer presuntas inocencias me hizo disimular una orden en una consulta.

-¿Sí?

-Sí

Y la quemé sin tocarla, le acerqué la brasa rojiza y se cortó a unos milímetros del contacto, lo hice lento, procurándome tiempo para el arrepentimiento eficaz, y no ese malparido que nos jorobó luego. No sé si con el meñique habría sido capaz, un error de cálculos simuló una determinación fría, porque la cobardía es milimétrica y no alcanzó a contenerme, porque el ritmo apacible del aire nocturno encubría muy bien la nefasta melodía que soplaba desde el mar que nos trajo a la tierra.

La hebra colgó desvaída, y fue trepando el ámbito como la onda de un lamento que se extingue hasta quedar paralela al suelo, al océano, al cielo y a todo lo que se lleva el giro del planeta. El bicho no se movió del centro de su cobijo y se encogió como quien tiene frío y sufre el abandono. Se dejó envolver por las mortajas que tejió, herido de muerte por la pena.

Nosotros guardamos silencio.

 

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