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Recordatorio

Elena Monge Osorio, la Nena, la Mamá, en el Centenario de su Natalicio. (15/4/1911-2011)

Elena Monge Osorio, la Nena, la Mamá, en el Centenario de su Natalicio. (15/4/1911-2011)

Por Primavera Silva Monge – desde Santiago de Chile

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Llevo más de un año tratando de recordarla y hoy, ignoro si acaso en estos casi siete lustros desde su partida a un más allá, habrá vuelto reencarnada según sus creencias, las mías y de varios otros. Si así ha sido, ojalá que lo esté pasando mejor de lo que fue su vida pasada, cuando vino a ocupar el cargo de madre de varios hijos, tres de los cuales la sobrevivimos en éste, su centenario del natalicio.

A grandes rasgos, recuerdo que la mamá era una mujer muy envidiada por el entorno familiar y social en general. Estaba muy lejos de ser la clásica mujer ama de casa: Era alegre, sensual, didáctica, optimista, sonriente, creativa y graciosa. Para colmo de los colmos, tuvo un marido intelectual, que sin ser borracho, hacía increíble la inmensa fortuna de encontrar ambas cualidades en un solo paquete.

La Nenita, escasamente conocida por mí, me parece que vino a expiar terribles pecados cometidos en vidas pasadas, con un karma que le fue otorgado casi con pica, ya que no se entiende que una mujer tan valiosa como ella, tuviera tantos puntos a desfavor para lograr disfrutar la vida con alivio, con holgura y bienestar, como otras mujeres de entonces.

Con mucha sinceridad, solía contar sus cosas “del año 20” o “del año 30”: Aventuras tristes y traviesas, más muchas formas de escape del maltrato psicológico y físico. El detalle de sus andanzas de niña es digno de cuentos de Dickens, que no viene al caso revivir, sin embargo, sus vivencias no mejoraron con la llegada de su príncipe azul pedido a la luna. Tampoco varió con la tardía y dificultosa formación de una nueva familia, considerando que en aquella época, con veinticinco años a cuestas se empezaba a envejecer sin remedio, con o sin tren a la puerta. Sus primeros ocho hijos murieron sin explicaciones. Su proyecto de vida lo sustentó en la experiencia, que a corta edad adquirió compartiendo el peso de la manutención familiar. Aún en la mejor etapa de su vida, padeció bajo la permanente intervención y dominio, que una madre y un esposo ejercían en terrenos impropios. Su voz y su voto, por muchos años le fueron arrebatados de lo que le concernía.

Hasta hace poco me preguntaba por qué la mamá aguantaría tanto atropello. Comprenderlo, aturde por el gran peso psicológico que conlleva la reflexión. Es decir, se entiende sin duda, que lo hizo por su descendencia, por su familia, por conservarla reunida y completa. Dado que, antiguamente ser separado era una marca negativa demasiado potente y discriminadora en todo ámbito, ella optó por permanecer y pasar sus días pegoteando su mañosa y trizada familia. Solía hacerlo con un engrudo obtenido de machacar y triturar las maquetas de sus propios sueños personales hechos mierda, revueltos con sangre de su autoestima malherida, incontables gotas de sudor, de dolor y frustraciones de todo tipo. Reconozco que debió necesitar bastante de este singular adhesivo para mantener unida a una familia tan compleja y frágil como la nuestra, sin embargo, en nuestra defensa puedo aclarar, que su eterna sonrisa daba señales equívocas que no nos permitían ver más allá… mucho más allá, desde donde sí podía vislumbrarse el enorme sacrificio de sus días tras los días. Así vivía su presente, disimulando la tristeza y alegrándose con pequeñas vivencias domésticas o poéticas, dependiendo de la visión del lector: ¿Cómo olvidar cuando a hurtadillas exprimía jugosas naranjas, directo en su garganta, hasta chorrear dulces hilillos dorados por sus brazos maternales, mientras vinilos de antaño giraban y giraban para imprimir conocidas arias de ópera al ambiente de su aventura?

El manejo de la mamá ante intentos fallidos por lograr sus objetivos, lo asocio a los ejercicios de hoy en día, para solventar las dificultades económicas de las nuevas sociedades: Todo lo difícil, parecía direccionarlo hacia más adelante, hasta ese final invisible del camino, como una cuota a futuro, con muchos intereses abonados: “Hasta después que se case la tal; para después que se case la cual”, que eran las máximas aspiraciones de las madres de entonces. Así fue que cuando nos casamos todos sus hijos, debió sentir que ya era hora de pagar el capital acumulado en tan largo crédito y partió. Se fue antes, mucho antes de que lográramos conjugar, apreciar y agradecer su abnegada obra de amor.

¡Mamá, gracias por tus genes de optimismo y gracias por mi hermana!

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