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OPINIÓN

Luz y sombras vienen con nosotros al más allá

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La mayoría de las personas quitan la muerte de sus pensamientos. Insisten en estar ocupados por completo con la vida para no ocuparse del único acontecimiento que con seguridad se les presentará en esta vida, la muerte.

La mayoría de las personas cree que después de su fallecimiento, existe una continuación, pero que es el ser humano quien determina por sí mismo en su vida presente, cómo será esta continuación en el Más Allá, queda como una vaga suposición que uno considerará tal vez tan sólo poco antes del fin.

Durante la muerte, el alma comienza poco a poco a soltarse del cuerpo físico, lo que para nosotros es apenas perceptible. Cuando se acerca finalmente la hora de la muerte, el alma se desprende del cuerpo terrenal, para salir totalmente de éste cuando la respiración de la persona se detiene. Así el alma puede alejarse de la Tierra y dirigirse al Más allá. Pero el alma solamente abandona el mundo material, la Tierra, para desplazarse a los planos de purificación o elevarse a ámbitos más luminosos, en tanto que los haya desarrollado en sí misma. Por el contrario se quedará en el mundo material, si está atada todavía a la vida terrenal, si quedan cosas por perdonar o persiste el ansia de bienestar y placer que la atan a la materia.

Si la muerte física se presenta de manera normal, es decir, debilitándose el cuerpo poco a poco, transcurre en la persona la llamada película de la vida algunos momentos antes del fallecimiento. Alma y hombre reconocen en la película de la vida las situaciones que pueden arreglar o reparar ahora, bien en pensamientos o todavía con palabras. Estas situaciones se reflejan en las imágenes que se hacen muy vivas en el alma y en el hombre. Alma y hombre las viven entonces de forma muy plástica y presente, como si esto que había ocurrido antaño y no había sido purificado, ocurriese ahora mismo.

Cuando la persona ha vivido orientada a Dios y puede aún arrepentirse, algunas cosas pueden ser liquidadas todavía en los últimos instantes. Una condición para esto es que nuestros semejantes estén dispuestos a perdonar de corazón. Si no fuera así, el alma seguirá estando atada a estas causas y también al alma de aquella persona que no le ha perdonado. Hasta nuestro último aliento terrenal tenemos la oportunidad de reparar lo que hayamos hecho a nuestro prójimo, lo que hayamos causado contra las leyes de Dios que conocemos en los 10 Mandamientos, incluso también lo que hayamos causado a los animales o al planeta Tierra y así irnos liberando de estas cargas. Puesto que nuestra alma se lleva al Más Allá todo aquello que no hemos purificado aquí en la Tierra.

Por tanto, cada hombre determina por sí mismo que el Más allá se le presente como cielo o infierno. Cada alma vivirá allí sus propias imágenes, es decir, todo lo que causó con su sentir, pensar, hablar y actuar. Y son estas imágenes, que introdujo en sí y en la computadora causal, las que le producirán alegría o sufrimiento. En todo el Universo no existirá ningún rincón en el que se pueda esconder de aquello que sus propias imágenes le reflejan. Tampoco tendrá pastillas para aliviar los dolores y eliminar lo que causó a sus semejantes siendo hombre y que ahora tiene que sufrir y soportar ella misma.

Nuestro pequeño mundo existe tanto aquí como allá. Nos llevamos al otro lado todo, tanto la luz como las sombras. Si el hombre aprovechó los día terrenales y purificó en gran medida sus encarnaciones anteriores, si vivió cada día conscientemente esforzándose en cumplir las leyes del Universo, que son las leyes cósmicas del amor, el alma entrará después de la muerte física en esferas de irradiación luminosa y fina y seguirá viviendo con seres luminosos con los que ya ha estado en comunicación siendo hombre. El alma oscura, sin embargo, pasará por delante de sus demandantes que le acusarán e inculparán por su comportamiento como hombre, que le acosarán y perseguirán en su interior y que le estarán amenazando y ocasionando el fuego infernal, porque ella ha traído su propio infierno.

Vida Universal - Ana Sáez Ramírez - www.vida-universal.org

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