Ambos tienen ya la preocupación del paso del tiempo, les ha entrado ahora más que nunca y yo me río de ello pues estoy a punto de cumplir los ochenta.
Con Florián tocaba al piano el himno de la infantería, el “Cara al Sol” de los falangistas y la Marcha Real, pero también el himno de la República. Con él daba largos paseos, algunos por la Plaza de Oriente, y le gustaba mucho hablar conmigo porque las amigas de mi hija eran para él muy superficiales. Me ha hablado de cosas que he olvidado totalmente, pero que muy lejanamente creo recordar que tenían importancia.
Todo esto me llena de alegría pero también de una honda melancolía. Mi hija se ha ido a un pueblo de León en autocar y cuando escribo esto acaba de pasar por El Espinar.
Los lugares, las cosas y las personas alivian mi soledad, pero me producen una honda tristeza, pues paladeo y palpo igual que Florián, el pianista de élite, y que mi hija el paso de tiempo que no volverá, como decía Machado.
La vida es maravillosa, pero la vida se acaba y ese es el problema. Concentrado en la lectura de las homilías del papa Benedicto XVI, por cierto mí papa predilecto y no el cantamañanas argentino -pero Ratzinger también se ha muerto-, saco la cabeza aún por encima de la superficie del lago de la vida.
Mis padres, abuelos, Pepi, todos se han muerto ya, así como Carolo, Pilar madre, Rafael Casas y Pedro José. Pero aún puedo contemplar el luminoso sol de la tarde de primeros de marzo a través del amplio ventanal de mi preciosa casa, tan bien situada junto a Plaza de España. El gato maúlla en el piso de al lado, y mi buena mujer me cuida, me atiende y me mima; no tengo dolores, ¿se puede pedir algo más?.
No, no puedo pedir más, solo decir como decía Albert Camus, que “los hombres mueren y no son felices”. Y esa frase inefable de mi maestro literario condensa la esencia de este misterio que es el vivir y el paso del tiempo, y que junto con el amor y con la muerte han sido los tres temas centrales que ha vertebrado mi quehacer literario de siempre.
¡Adiós Florián, pianista de élite, que la suerte te acompañe siempre!, y que aún pueda verte aunque sea una sola vez para tocar el piano contigo antes de irme al otro mundo, ese mundo misterioso e invisible del que hablaba Jesús desde la Cruz.