Yo me casé entrado ya en años, pues la verdad es que he sido siempre un poco egoísta y tardo en reflejos, pero posiblemente por inspiración divina conocí a mi mujer en una terraza de verano de una de las calles más concurridas de la capital.
Era una chica más joven que yo, once años menos, que para las tradiciones patrias era ya bastante. Pero ello no fue óbice para que inspirado de lo Alto tuve el “valor” de casarme con ella, y esto me ha dado alegrías numerosas e infinitas.
En primer lugar y como fruto de nuestra unión nació una niña preciosa, inteligente y alegre que ahora, pasados los años, estudia con mucho provecho, es bilingüe y viaja por el mundo entero.
Además de esto mi esposa pasados los años y entrado en la vejez (yo, que no aún ella) me lava la ropa, me hace la cama y me cocina la comida, el desayuno y la cena. Se esfuerza mucho para que esos menús sean de mi agrado, y encima sale a la calle a comprar los medicamentos que necesito para mi endeble salud.
Es por esto que estoy a punto de llegar a la edad de los 80 años, una edad provecta verdaderamente bíblica.
La mitad de mis amigos y amigas solteros, viudos o separados, ya han fallecido, y los que quedan aún vivos están hechos polvo, mientras que yo, con mi famosa “mala salud de hierro”, sigo vivo y coleando. Leo, escribo y veo la televisión (que por cierto ha comprado ella) con todo placer. ¿Qué es una postura machista?, no lo sé, solo sé que el matrimonio –al que por cierto pudieron asistir mis padres y mi suegra- me ha llenado de alegría y de satisfacciones. Y ahora que estoy imposibilitado con mi andador y mi silla de ruedas, sigo disfrutando de una existencia plena, acompañado siempre por aquella joven que una ya lejana tarde conocí en una terraza de un elegante café de la capital, mientras paseaba en compañía de dos amigos.