La niña no tendría más de dos meses, y mi mujer sonreía de felicidad. Es una foto que me parte el alma. Al fondo se debía de ver el Monasterio, los pinos y parte del bosque de La Herrería, y el cielo azul; pero éste y el Monasterio se han desteñido, pues con el paso de los años las fotos en color pierden a veces su color, y eso le ha pasado.
El trío, papá, mamá, mi mujer, y mi hija pequeña en los brazos, todos posando llenos de felicidad, componen un grupo inolvidable.
La casa del Escorial (La Atalaya), que por cierto puso mi padre a mi nombre, se vendió porque era un tercer piso sin ascensor y mi madre con la edad no podía subir; creo que a la muerte de mi padre decidí de acuerdo con mamá venderla para comprar otra con ascensor, pero eso no fue posible porque a mi madre ya no le gustaba ninguna pues no tenían las vistas que tenía “La Atalaya”, famosa entre todos los amigos que venían a verla, pues salir a esa terraza era como entrar en el paraíso; y eso sin contar con la pequeña terraza que tenía en mi dormitorio y el de mi hermano, desde la que se divisaba el Puerto de la Cruz Verde, el Puerto del Malagón, La Machota, parte de La Herrería y todos los pinos del monte Abantos.
Desde la terraza de la cocina la vista era también impresionante; en pocas palabras una casa de mucho valor. Con decir que el constructor no la quería vender a nadie, y mi padre se la compró talonario en mano como él hacía las cosas.
Aquel padre maravilloso y aquella madre encantadora y simpatiquísima, Angelina.
En el centro mi mujer con la niña en los brazos. ¿Qué más se podía pedir en aquellos momentos?.
Mi hija en estos momentos hace un viaje de estudios y está en China.,
La muerte no existe, es un viaje a otro mundo, a un mundo donde estaremos mucho mejor que aquí, y donde me esperan mis padres y los de mi mujer.
Mi padre en el Paraíso, pues según Jesús de Nazaret, el hijo de Dios, en quien creo, así lo explica.