17MAY22 – MADRID.- Cae la tarde y el gato de mi hija me mira, sí, me mira a través de la cristalera de su terraza. Tiene los ojos verdes, muy verdes y las orejas puntiagudas, es capaz de mirar a través de la ventana durante horas y horas, pues le encanta mirar a las palomas y ahora me mira a mí y me interpela, ¿qué haces, estúpido, mirar como yo, no ves que yo soy un gato?, parece preguntarme.
Ya lo sé. Mi hija lo ha recogido del campo y ahora se cría como un marqués y engorda y engorda cebado por mi solícita mujer que se ocupa de ello. Porque mi hija está en el extranjero y una de las labores de mi esposa es darle de comer.
¿Qué pensará ahí el gato aburrido como todos, como Ángel Borge, el viejo director de teatro y amigo que acaba de llamarme también aburrido?.
Estamos todos aburridos y los libros sagrados dicen que aburrirse es una de las condiciones humanas y es una maldición; los suecos, los suizos y los noruegos se suicidan porque se aburren muchísimo, yo digo que no, que de maldición nada, que es una forma de holgar de los seres millonarios del mundo de la opulencia, pues en este injusto mundo de la opulencia todos nos aburrimos como el gato de Marta, solo que disimulamos y no lo ocultamos o no lo decimos, porque en esta cálida caída de la tarde de mayo que augura terribles calores todos estamos aburridos, sí, aburridos del todo solo que no lo decimos, pero el gato de mi hija parece avisarnos con su quietud contemplativa y oronda todo lo que nos aburrimos, lo que nos aburre el ambiente, lo que nos aburre todo.