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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...·”

El principio del fin

  • Para Ruth, y para José Antonio.

Por Germán Ubillos Orsolich
miércoles 27 de abril de 2022, 02:04h

26ABR22 -. MADRID.- Dice mi podóloga, mujer inteligente y sensible – ambos nos estimamos y nos queremos –, que cuando vaya a perder la cabeza me daré perfectamente cuenta de ello. Solo sé que casi todos los meses ingreso en hospitales, bien por urgencias o bien en planta. Esto, además de hacerme constatar la fragilidad de mi cuerpo, me sume en una cierta apatía - que no depresión -, pues no me siento triste ni pesimista, sencillamente, realista.

Cuando los próximos que cumplas son los ochenta, la sensación de peligro inminente es semejante a la de bajar el Puerto de Navacerrada sin frenos y frenando tan solo con las marchas.

A la sensación del riesgo solapado de depender de los cuidados de mi esposa, también mayor; se une la de tener a mi única hija en Túnez, que a ser sinceros he de decir que no sé qué hace allí.

En estas circunstancias que no graves, pero sí preocupantes e inquietantes, el hecho de la muerte cobra una fuerza impresionante.

Cuando tienes veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años, puedes decir que eso de las procesiones de la Semana Santa, de las misas, de la oración y de pensar en las postrimerías “no va contigo”; es una pos o una postura no un tanto chulesca, sino más bien fruto de la ignorancia; a esas mismas personas me gustaría verlas con ochenta añitos y entrando y saliendo de hospital en hospital.

Pero vamos a lo concreto. ¿Quiénes desean morir para siempre y quienes no lo desean?.

La muerte es una realidad ineluctable a la que todos estamos fatalmente abocados, cuando me duelen los huesos o tengo gripe me entra un miedo tremendo. Releyendo la Biblia y el Nuevo Testamento me entero que los escribas y fariseos buscaban no solo matar a Cristo, sino matar también a su amigo Lázaro, el cual había sido resucitado de entre los muertos; algo así como Vladimir Putin, que para hacerse (en su estulticia) con más territorios y más población no se le ocurre otra cosa que dispararles al cuello por las calles a los indefensos ciudadanos, para enterrarles después en fosas comunes.

Que Putin acabará mal no hay quien lo dude, su cadáver será arrastrado por las calles como el de Mussolini, o ejecutado de un tiro en la sien por cualquiera de sus jerarcas y amigos.

Malo para Rusia, malo para Ucrania, malo para Putin. Todos salen perdiendo por la obcecación de un líder que se equivoca, y se equivoca porque no es inteligente. Es torpe, tonto y malo.

Y con la muerte pasa algo por el estilo, nadie se quiere morir, pero algunos torpe e ingenuamente dicen que eso de la religión “no va con ellos”; y la religión es precisamente la religación, la relación amistosa del hombre y de la mujer con Dios.

Esperad a tener mi edad chavales, y veremos entonces que me contáis con vuestro desapego y vuestra chulería.

Vosotros no sé, yo al menos no me quiero morir para siempre, y el único que me ha hablado hasta ahora de vida eterna ha sido ese hombre que clavaron en una cruz, un hombre que tiene palabras de vida eterna y que nació en Belén de Judá, hace ya más de dos mil años.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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