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Opinión: “MI Pequeño Manhattan...”

Paloma Álvarez Maldonado y Sasé, dos historias para ser contada

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 24 de enero de 2022, 03:25h

24ENE22 – MADRID.- Era el veraneo de los años sesenta del siglo ya pasado, aquellos maravillosos veraneos con los padres en Madrid, que venían con nosotros todos los fines de semana; y de la tía Angelina, tía soltera de mi madre, que venía también cerca de un mes en la Tabanera, el autobús de línea.

Pero íbamos haciéndonos mayores y “la pandilla”, grupo de chicos y chicas de unos dieciséis años, estaba en su apogeo y en su máxima ilusión.

Paloma Álvarez Maldonado y Sasé eran dos “chicas bandera”, guapísimas y de tipos esculturales, pero con aquella juventud espiritual de aquella época, en que darse la mano era lo más que hacíamos.

Cuando España era la reserva espiritual de Europa, y el Caudillo, más abuelo que Jefe del Estado, residía en el Palacio de El Pardo y el verano lo pasaba pescando en el yate Azor, generalmente anclado en la bahía de la Concha de San Sebastián, entre el Monte Igueldo y el Monte Urgull.

Sasé Enríquez de Salamanca, era una preciosidad. Hermana de siete hermanos tenía su melenita de entonces y sus ojos rasgados, castaños y risueños. Vamos, algo inolvidable.

Carolo, algo mayor que yo, un par de años quizá, la llevaba de vez en cuando sentada en la barra de su bicicleta, algo aventurado para aquellos tiempos.

He que decir que Carolo formaba parte de “otra pandilla” de más mayores a mí, y a decir verdad más aristocrática y elitista, con gente de muchísimo dinero como los Enrich - del bolígrafo Bolín -, y de los dos chalets majestuosos allá arriba, cerca de la presa. O Juan Luis Vives y José Mari Bordona.

Carolo tenía otros dos chalets de varias plantas y con pinar privado; “Villa Lucía”, subiendo hacia el monte Abantos y el pinar; y otro chalet de una sola planta casi entrando al parque nacional de “La Herrería”. En este último, conocí a sus padres.

Yo siempre quedaba obnubilado al ver a Sasé -diminutivo de María José -, pero como no tenía acceso a ella intenté un flirt con su hermana más pequeña, de nombre Cristina, con un cierto parecido pero más feúcha, bajita y delgaducha.

Sasé, la de la barra en la bicicleta de Carolo, se casó muy pronto, pues era muy guapa, con un diplomático o consejero de embajada y se fue a vivir a Ginebra, pero murió enseguida, prematuramente, de causas desconocidas, y en plena juventud, como mandaban los cánones en la antigua Grecia y en Roma.

El tema de Paloma Álvarez Maldonado, sí que es tremendo. Yo nunca lo olvidaré.

A Paloma la conocí en una cafetería en Madrid, quizá en invierno. Estaba en una mesa cercana a la mía charlando con otra u otras amigas. La interpelé de pronto elevando la voz, con una “cara impresionante”. Ella se volvió risueña y me devolvió la cortesía. En aquella época y en años sucesivos, siempre fui un suministrador de chicas maravillosas para mis amigos y parientes solteros, muchos de ellos llegaron a casarse con alguna de ellas.

El caso es que Paloma era otro “bombón”, parecida a Sasé. Del tipo de Paloma les diré que era para caerte de espaldas. Una vez, frisando el final del veraneo, me la llevé al Escorial a comer y nos acercamos al “Club de Golf de la Herrería” - al que mi padre nos había hecho socios fundadores -, pues “papá tenía mucho dinero”, aunque él solía enfadarse cuando yo lo decía -.

Pues bien; tumbado indolentemente en el cuidadísimo césped verde cercano a la piscina, vi aparecer saliendo de los vestuarios a Paloma con un bañador negro de una sola pieza; menos mal que estaba tumbado, ¡Dios mío qué tipo, y en bañador!; ¡además qué guapa tan morena y con aquellos ojos, y encima sonreía ¡.

Se tumbó a mi lado y menos mal que yo estaba saliendo de la adolescencia, que de ser más mayor y experimentado no sé qué hubiera pasado.

Sera, otra amiga con la que conviví durante cinco años, dice que en mis escritos es vergonzoso que dé tanta importancia al sexo en las mujeres; pero es que no puedo evitarlo, ni aún ahora en la senectud, cerca mis ochenta años. Sí, no puedo evitarlo, ¿pero qué tiene de malo evitarlo?. Soy un caso perdido, aunque luche contra esto mi buen párroco, por indicación también nada menos que de Carolo.

Bueno. Paloma, era hija de un Almirante de la Marina, de muy alta jerarquía. Eran ocho hermanos y su padre era una personalidad inmediatamente inferior al Ministro de Marina. Vivían en un magnífico piso de un edificio cercano a la calle de Alcalá de Madrid y a la Plaza de Roma.

Bien. Se la presenté a Carolo e inmediatamente hicieron buenas migas. Paloma, además de impresionante por su belleza, tipo y naturalidad, era compleja y algo morbosa, esto es: Guapa, compleja y patológica.

Ella leía como yo con voracidad, sobre todo a los existencialistas, entonces muy de moda en España: Camus, Sartre, Simón de Bauvoir, Ionesco, Adamov, Samuel Beckett, etc. Su vida - la de Paloma -, estaba impregnada de cierto existencialismo (vivir intensamente el momento) y nihilismo, he conocido a otras mujeres parecidas décadas después, como Aurora, con la que coincidí a la muerte de mi hermana. Nos juergueábamos los dos, bebíamos alcohol e íbamos a sitios bonitos y misteriosos.

Paloma y Carolo se hicieron uña y carne, tal para cual. Pero Paloma se independizó, se fue de casa de sus padres, de papá el Almirante y de su madre y hermanas. Se estableció en una buhardilla del barrio de Malasaña, donde conoció a un drogadicto espigado y moreno del que se hizo muy amiga, recuerdo que me vino a ver al hospital nada más operarme del oído, entró despampanante en la habitación y un poco desquiciada.

Yo yacía en la cama. Me acompañaban mis padres - mi gran suerte -, y una amiga que vino de Albacete y que me quería mucho.

Paloma sufría del corazón, pero ella no lo sabía; bebía muchísimo, algo que también han padecido siempre mis amigas más morbosas….

Hasta que un buen día ella desapareció.

Nadie sabía dónde estaba, ni sus padres, ni Carolo, ni yo. Ni su compañero el drogadicto, cuyo nombre jamás llegué a saber.

Un buen día, 29 días después de desaparecer, nos notificaron la aparición de su cadáver en el Instituto Anatómico Forense de Madrid; al día siguiente iban ya a enterrarla. Murió totalmente sola viajando en el metro y de un paro cardiaco.

El funeral de Paloma tuvo lugar a los pocos días en la capilla de la iglesia del Colegio de Jesús María, el colegio aristocrático femenino situado justo enfrente del Colegio del Pilar, en el antiguo y adinerado barrio de Salamanca. ¡ Cómo lloraba Carolo aquella tarde, pues era casi de noche, sentado a mi lado como estaba en pleno funeral ¡. Era invierno y se secaba las lágrimas con un gran pañuelo blanco, semejante al que utilizara otrora en el entierro de su padre, al que también asistí. Quizá pensaría que de haberse casado con ella aquello no hubiera ocurrido.

Menos mal que yo creo que “la muerte no existe”, y bien sé que el alma de Carolo, su espíritu, habrá encontrado de nuevo al de Paloma en ese “mundo de lo invisible”, donde ninguna desgracia podrá ya acontecer, ni sufrir de nuevo la soledad de caer fulminada en el metro, sin poder respirar.

No sé si se podrán besar o coger de la mano, pero se sentirán muy cerca, eso sí, de eso estoy bien seguro.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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