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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

¿Por qué ella sucumbió y yo no? (tercera entrega)

Por Germán Ubillos Orsolich
martes 21 de diciembre de 2021, 04:15h

21DIC21 - MADRID.- Mi gratitud hacia el doctor Carlos Carbonell, allá donde él ahora se encuentre, será siempre impagable e inolvidable, me lo recomendó en Marbella, Carmen Díaz, amiga de mi madre y un actor famoso de cine cuyo nombre no recuerdo ahora. Yo estaba en un grito, mi depresión endógena, desatada en marzo de aquél mismo año, estaba en su apogeo, y estábamos en septiembre.

Mi madre, muy joven, con ese encanto, cariño y suave belleza que ella poseía, me había llevado hasta allí, profundamente preocupada. El marido de Carmen, su amiga, Luis Basabe (tenían casa allí), me paseaba en su coche hasta el blanco pueblo de Casares y tan solo me aliviaban algo las aguas frescas y traslúcidas del mar mediterráneo. Pero fue allí donde me recomendaron al doctor Carbonell que había curado a la esposa del artista de fama, quizá mientras yo me cruzara con el joven Osama ben Laden, holgazaneando junto al majestuoso yate de su padre, jeque árabe millonario, al que jamás se le hubiese ocurrido como a su hijo atacar las Torres Gemelas de Nueva York.

Pero la génesis de la hecatombe se estaba preparando allí, junto al Puerto Banús, mientras yo libraba mi personal batalla contra el dragón de las mil caras distintas que era la “depresión endógena”, instalada en mi pobre cuerpo como un Satanás furioso.

Al llegar a Madrid fue mi madre también quien me condujo a la consulta de la calle Hilarión Eslava 55, quinto piso, a visitar al famoso doctor, para mí - inexperto neófito -, curandero del alma.

Carlos Carbonell, profesor y Jefe Clínico de Psiquiatría del Hospital Clínico de San Carlos, de Madrid (consultas en planta octava), con redes en los huecos de la escalera para evitar suicidios o intentar frustrarlos, (éste es uno de los grandes misterios de esta terrible dolencia; que se cura), de ahí haber intentado evitar la decisión nefasta de la Forqué.

Carbonell, repito, se parecía enormemente al presidente de Francia por aquel entonces Valery Giscard d´Estaing.

Era elegante, distinguido, alto y delgado, con su bata blanca e inmaculada y sus zapatos de ante beige, claros y muy caros.

Nada más verme en la amplia estancia de la consulta rectangular, me tendió su mano afectuosa y algo distante. Se sentó tras de su amplia mesa rectangular y lisa, y me invitó a que yo hiciera los mismo al otro lado de la misma; delante.

Mi madre había entrado conmigo – ese era el protocolo – y estaba a mi lado, para dejarme después, otra media hora con el galeno a solas.

Carlos Carbonell Masiá – era su nombre –, casado con una francesa (Francine) y con una hija única de muy corta edad, era, a decir verdad, muy impresionante. Para que un médico del alma, un psiquiatra, te curara tenía que impresionarte hondamente, producirte un gran impacto, y después generar un buen “transfer”.

Carbonell, para mi inolvidable, reunía todas esas características. Téngase en cuenta mi temperamento teatral, escenográfico y litúrgico. Carbonell – así le llamaré – no llamaba la atención por su pelo pelirrojo o por sus dientes de plata, tampoco por su voz estertórea o por su ademanes amanerados; Carbonell llamaba la atención por el enorme afecto, bien que distante, que te dispensara siempre, así como el aura aristocrática que poseía.

Al terminar la primera entrevista, con un coste equivalente a los cien euros de ahora, cogiéndome suavemente de la muñeca derecha para tomarme la tensión arterial, hecho éste que cincuenta años después considero más teatral que necesario, me dijo a media voz queda otra frase cabalística: “Usted se curará”.

A esa frase, pronunciada por él con tal seguridad y que jamás olvidaré, me agarré como del único matojo que sobresaliendo de la pared un precipicio inmenso evitaba que yo me precipitara en él. Hay que aclarar el hecho - que yo desconozco en Verónica Forqué - que yo siempre he amado la vida con locura, me satisface enormemente el hecho de estar vivo, saco partido de todo.

Así la frase “usted se curará”, calentaba mi alma aterida de un frío mortífero.

Entretanto y simultáneamente ben Laden - Osama para los amigos -, jugueteaba y tomaba refrescos y coca colas allá en el Puerto Banús, donde su padre el Jeque, pasaba largas temporadas.

(Continurá)

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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