La depresión es un mal terrible e invisible que puede atacarte en cualquier momento, un mal que produce un sufrimiento tan espantoso que el paciente de cáncer no se quita la vida pero sí el paciente de este mal tan invisible, de sufrimientos tan insoportables.
Yo fui compañero de Verónica allá por los años setenta del siglo pasado, yo tenía treinta y tantos años y ella era un chiquilla que comenzaba a despuntar, a veces hemos intercambiado palabras y frases por los pasillos interminables de aquel edificio blanco y rectangular de Prado del Rey o Prado, sencillamente como lo solíamos llamar a Televisión Española.
Yo estaba entonces en la cresta de la fama, del poder y del dinero, tenía fans a cientos y ganaba el dinero a espuertas. Mis guiones se grababan en los mejores platós con los actores más famosos y brillantes de entonces; Juan Diegoo, Mayrata O´Wisiedo, Charo, López, José Bódalo, Luis Prendes, Adolfo Marsillach, Alberto Closas, etc, etc….
Pero el 21 de marzo de 1975 se me desató una depresión endógena con matiz de ansiedad terrible. Me llamaron por teléfono para consultarme un detalle de un guión y “se me había olvidado leer”.
Por supuesto que no le dije nada a mi interlocutor del programa, pero confuso, con un extraño malestar y acompañado por mi padre acudí a mi médico de cabecera (A.J.), discípulo aventajado por cierto de Gregorio Marañón. Cuando llegué a su consulta y me vio, mientras paladeaba un aromático cigarrillo negro , me dijo: “ Querido Germán, estás muy enfermo, pero que muy enfermo, te tiene que ver un psiquiatra”.
Aquella frase, aquella palabra sonó en mi interior como el “gong golpeado en el seno de una catedral gótica”
(continuará)
Si (
No(
