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Opinión: “Es Mi Sentir...”

El jubilado Nicolás

Por Geral Aci

martes 18 de mayo de 2021, 23:22h

8MAY21 – MADRID.- Desde mi ventana, vi un grupo de personas que escuchaba a un hombre que hablaba desde un improvisado escenario. Presté atención, el hombre de mediana edad, se veía sano, sin huellas de haber trabajado alguna vez, hablaba a nombre a un partido político, era candidato a no sé qué cargo, hacía promesas si le votaban. Un discurso dedicado a los jubilados. Decía que serían un ejemplo de lo que era vivir después de jubilarse.

Su partido tenía un proyecto tan importante que los niños al crecer soñarían con jubilarse. Pensé, ofrece lo mismo que cualquier vago que se dedica a la política. Pero escuché hasta el final. Habló de ofertas en el comercio, crédito en los bancos, vacaciones paradisíacas, alquileres bajos, insistía, los jubilados deben ser respetados, considerados útiles, no ignorar su experiencia.

Entonces decidí escribir la triste historia de mi gran amigo Nicolás. Mi amigo, un día trabajando, fue llamado a la oficina del patrón, lo primero que hizo fue restregarse las manos en una toalla y encaminarse a la cita, no imaginaba la razón de la llamada, el motor que reparaba aun no estaba terminado. Golpeó la puerta y escuchó, ¡adelante! -Le tengo una buena noticia, le dijo el hombre, el departamento de personal me comunica que está jubilado. ¡Felicitaciones! Esa frase le acompañó durante meses y se preguntaba ¿quién podría aprovechar mis conocimientos? se sentía útil. Cómo cualquier obrero especializado. Su trabajo consistía en ahorrar dinero a la empresa, decía: todo tiene arreglo, menos la muerte.- No quería jubilarse, había oído que se enfrentaría a una vida no imaginada, en la cual era difícil sobrevivir, más si vivía solo. Pensaba, si existiera un curso o taller para esta nueva forma de vivir, sería más fácil, pero no existía. Y los del sindicato no se preocupaban.

Al patrón no le importaba los conocimientos del trabajador si, “quitárselo”en cuanto cumplía la edad que marcaba la ley. Ahora eran otros los intereses, la empresa pedía informes de cada empleado a un despacho privado. Enviaban edad, nombre, si había estado enfermo, lo que ganaba, cuánto producía, incluso forma de pensar y éstos aconsejaban jubilar, bajar el salario, acosar hasta que el obrero se marchara.

El director después de “felicitarlo” le deseó suerte, mi amigo le dijo: aun me falta un año para tener la edad.- El patrón cambió: ¿no quiere jubilarse? Lo despediré, que el estado le pague este año. Lo que decida. Nicolás se despidió sin pensar, el cerebro en blanco. Años de estudios y un título de técnico en motores. Se sentía útil, estaba sano. Pensó: las noticias hablan de que podremos vivir hasta los noventa años, ¿que haré durante los próximos veinticinco años? ¿Autónomo? No, perdería lo poco que cobraría cada mes, ¿emprendedor? era una palabra muy manoseada y poco creíble. No era cuestión de dinero, vivía solo, pagaba un alquiler razonable. Era cuestión de dignidad, de respeto a un hombre que había dedicado cuarenta años de su vida para ser un profesional útil a la sociedad, pero para la ley y los empresarios su experiencia no valía. Miró la nave donde había trabajado tantos años. Sonrió al recordar el sueño de cada año: La Lotería de Navidad, la Cena de fin de año, el 1º de Mayo.

La primera semana en su hogar quiso reparar lo que fuera, una puerta, un interruptor,o una silla, pero todo funcionaba bien. La casa le parecía grande, pensaba: ¿será que yo soy más pequeño? Se ofreció a colegios recalcando que era voluntario, no quería morir llevándose su experiencia. Muchos jóvenes no estudiaban, los padres no disponían de recursos, gritaba en silencio: ¡para eso están cientos de jubilados y yo, queremos enseñar en forma voluntaria! pero era curioso, nadie mostraba interés por un empleado que no cobraría. En la puerta de su hogar, se topó con su vecina Judith, se conocían hacía años, le había contado de sus visitas a colegios y del envío de cartas, no le contestaban. Ella dijo: -No se desespere, usted es un hombre valioso.

Quiso leer un libro, no pudo, palpó la tierra de los cactus, estaba húmeda, no hacía falta riego y mientras jugueteaba con los dedos sobre la mesa, el sonido del timbre lo “despertó” era raro, no lo visitaba nadie. En la entrada del edificio había un buzón para las cartas y pocas veces se “colaba” algún vendedor de Biblias, o de seguros. Abrió desde su telefonillo, un hombre algo cansado después de subir la escalera, le preguntó el nombre. -Si yo soy, le entregó un paquete, le hizo firmar y se fue. Judith sonreía:-le dije que recibirá muchas ofertas.- Nicolás respondió: yo sabía que sería útil. Lo enviaba una empresa con acceso a los datos de los jubilados. Más de veinte sobres, le pareció interesante. Estuvo leyendo hasta el anochecer, se sentía cansado y con sueño. Se preocupó, algo le sucedía. No cenó. No pudo dormir, tuvo pesadillas, estaba ante un motor que no podía reparar, y eso le ahogaba, le era difícil respirar.

Cuando los vecinos avisaron a la policía que la vivienda de Nicolás olía mal, estos entraron y lo encontraron muerto. La mesa del comedor estaba llena de papeles. Un infarto, algo que su corazón no pudo resistir y le había causado daño. Los médicos hablaron de infarto, sin decir la razón. Tal vez la edad, o el tabaco, que en este caso no correspondía. Judith, que no dejaba de llorar, fue autorizada para ordenar la casa, puso los papeles en una carpeta, y se la llevó pensando: pobre Nicolás, ya nunca sabrá quién necesitaba sus conocimientos. El sobre decía: -Señor jubilado, por un módico precio le quitaremos una preocupación para que viva sin sobresaltos.

Leyó el folleto:-Usted no tiene la vida comprada, llegará el momento final y para evitar problemas, le ofrecemos un funeral que incluye: urna, velatorio, un café a los acompañantes, vehículo hasta el cementerio, misa y dos coronas. Y según el aporte que haga cada mes, le ofrecemos una sepultura en tierra o un nicho.

Otro folleto decía: Vivir sin preocuparse: Le ofrecemos habitación en un centro de mayores, puede compartir con dos o cuatro jubilados, depende de lo que cada mes reciba, no tiene que pagar nada, solo autorizarnos a cobrar su jubilación, ahí conocerá otros ancianos y ancianas. Tendrá juegos de cartas, revistas, y televisión. Puede salir con alguna interna por los alrededores. Si teme perder el equilibrio las empleadas lo duchan, no se avergüence, ellas están acostumbradas.

-Leyó un tercer folleto: ¿Quiere estar en su casa? Le enviamos una inmigrante, nos aseguramos que sea honrada, preparará la comida, limpiará su hogar, así se evita plagas de chinches que dejan picaduras que enseñan los jubilados en el ambulatorio, muchos han muerto, si hubieran estado acompañados se habría llamado un médico.

Abrió un cuarto folleto: Asoc. Damas religiosas. -Señor jubilado. Si es propietario del piso, le rogamos nos lo ceda con muebles, cocina, aparatos eléctricos, o joyas, no aceptamos recuerdos familiares, ni adornos con dedicatoria. Oraremos por usted.

-Un quinto folleto decía: Antes de morir viaje, es entretenido, la oferta para ustedes es especial, tres días en la playa, el viaje son cuatro horas. Parada en el camino, café y una charla que dura seis horas, puede comprar diversos artículos y pagar con la tarjeta del banco, la habitación es compartida con ocho jubilados, paseo por la playa, llevará colgada una chapa en el pecho con su nombre y el del hotel por si se pierde. Al viajar no olvide no beber líquido la noche anterior ni desayunar, comprenderá que el vehículo no puede detenerse a cada hora porque un jubilado con problemas de próstata quiere orinar. Cuando terminó de leer los 20 folletos, Judith dijo en voz baja: Por qué la autoridad permite este uso que hacen muchos empresarios inmorales con los jubilados. Deben prohibir esta practica dañina que conduce a los mayores a pensar en el suicidio, o sufrir un infarto al leer los folletos. ¡Cómo es posible que no exista un programa del ministerio correspondiente que ofrezca algo positivo a las o los jubilados! La gran mayoría son cerebros útiles, no merecen solo una mesa con cuatro sillas y un juego de dominó, menos dejar años de la vida en una residencia, mirando un televisor que no les interesa y nadie les pregunta si les gusta lo que están mirando. Tal como se preguntaba Nicolás; Si vivo hasta los noventa años, ¿tendré que estar veinticinco en una residencia, sin saber los días de la semana, qué estación del año estoy viviendo, o ante un televisor que ofrece artículos que no nos sirven para nada? ¿Por qué los políticos vagos y deshonestos usan el mal trato, los jubilados o la falta de trabajo para engañar a los ciudadanos?

Llegó al portal con la bolsa de la basura en la mano, ahí llevaba los folletos, le tiritaban las piernas, y tenía los ojos llorosos, los vecinos al verla le preguntaron. -Vecina, ¿al fin se supo de qué murió don Nicolás?

Y ella mirando la bolsa con papeles les respondió: don Nicolás no murió, lo mataron.

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