Eso fue lo que pasó con Paquito Fernández Ochoa y con tantos otros.
Estaba en un café cercano a su preciosa tienda de artículos deportivos próxima a Cuatro Caminos, cuando decidí ficharle para una de mis presentaciones, apoyándome para ello en la puerta principal de la misma, hasta que le vi venir pausadamente hacia mí.
Se acababa de bajar de un “Land Rover” con tracción a las cuatro ruedas, cuando concentré esa insólita fuerza de ingenio y de voluntad, y fue entonces a unos quince metros de distancia que nos miramos por vez primera.
Unos segundos después no abrazamos los dos sin apenas saludarnos y tras un gesto de aprobación. El abrazo fue no solo cálido, sino definitivo.
Paco Fernández Ochoa (39 títulos nacionales de esquí; Oro Olímpico en Sapporo; 3 campeonatos Sankt Moritz), el esquiador que ha dado a este país más gloria, en una época oscura en la que España apenas pintaba nada; éste hombre formado en nuestra pequeña y casi infantil Sierra de Guadarrama, y no en los Andes peruanos, o en los Alpes suizos, o las Montañas Rocosas USA, o el Himalaya asiático; este risueño y fable joven de Cercedilla, alcanzaría la fama mundial representando así a España en el orbe, gracias a su talento, iniciativa y voluntad de hierro; y esa alegría inefable, esa simpatía que solo tienen los ciudadanos de esta rejoneada piel de toro, cuando parece que vamos a claudicar, y como el Ave Fénix o al Águila Real, emprendemos el vuelo en pos de más altos designios que en aquella lejana época de la dictadura.
Paquito y yo congeniamos apenas habernos conocido, ocurrió algo parecido a lo acontecido con Ramón Mendoza, el que fuera Presidente del Real Madrid y empresario exitoso, solo que con Paquito venido de una diferente extracción social ocurrió de forma diferente.
La alegría innata y la bondad de los Fernández Ochoa era proverbial no solo entre sus amigos y conocidos, sino en toda la región.
Paco, de charla amena e interesante, “ciudadano de mundo” como él acertadamente declaraba, había visitado en repetidas ocasiones al entonces Jefe del Estado, que siempre estimaba la sencillez y simpatía de los grandes como él, y más aún si eran deportistas.
Los Fernández Ochoa, eran cinco hermanos supervivientes; Paco (1950), Blanca, Juan Manuel, Luis y Lola.
El 3 de enero de 2006, fue intervenido quirúrgicamente Paco de un cáncer linfático, operación que hubo de repetirse el 29 de agosto.
En realidad Paco y yo nos conocimos muy avanzada su vida y en las cercanías de su grave enfermedad; eso no quitaba que conservase todo su empuje, simpatía y calor inconfundible e inolvidable. Estaba escribiendo ya su libro “La vida un eslalon”, que sería presentada por Chus” su esposa.
El 7 de octubre del 2006 el pueblo de Cercedilla le dio un homenaje mundial, descubriendo una estatua en la que aparece recibiendo la medalla del Oro Olímpico. Acto éste en el que pronunció él mismo un emotivo e inolvidable discurso al que asistieron las infantas Elena y Cristina, el Secretario de Estado para el Deporte Jaime Lissavetzky y la entonces Presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
Mi trato con Paquito fue siempre de gran sencillez y cercanía, a pesar de su grave enfermedad la luz que emanaba de su persona era la luz del bien, del sacrificio, del heroísmo y de la gloria; quizá haya sido mi amigo famoso más sencillo, más profundo y más valioso; me dolió mucho no poder asistir a su entierro y funeral por hallarme yo también gravemente enfermo, con esa frágil y permanente “mala salud de hierro” que siempre me ha caracterizado.
A su hermana Blanca, tristemente fallecida en circunstancias trágicas, también la traté y charlé en diversas ocasiones con ella, en la maravillosa tienda de deportes de nieve que poseía en el Paseo del Pintor Rosales de Madrid. Su muerte trágica ocurrida cercana a sus queridos Siete Picos y al Camino Smith y la Pradera de Navalusilla, me llenaron de intenso dolor ya que ella sufría una de las múltiples enfermedades que yo también padezco, y que me demuestra una vez más el desvalimiento en que este país - a veces tan ingrato - ha abandonado a sus héroes nacionales.
También demuestra que no puedes abandonarte jamás a los recuerdos y pensar sobrevivir de los mismos, de un Oro Olímpico, un Premio Nacional o una Champions o Copa d Europa. Hay que seguir siempre luchando hasta el final, aunque seas Premio Nobel; pues el más preciado don, el oro olímpico supremo, es la propia vida, el hecho de estar vivo.
La familia Fernández Ochoa en buena parte ha sido en ese aspecto muy poco afortunada.
Blanca, Paco, Ramón Mendoza, yo mismo, que el Señor no nos olvide en ese difícil trance de caer del carro de la fama, cuando el filósofo asido junto al héroe, gritaba entre pétalos de rosas - camino ya del Capitolio para recibir de manos del César la corona de laurel: “¡Recuerda que eres mortal ¡”.
¡ Qué en ese “Valle de Josafat” de los Juicios Postreros, ante la Trinidad Santísima, pueda ver también entre la multitud de los afortunados, vestidos con las túnicas blancas de la gloria infinita, a mi amigo Paquito, el joven esquiador del pueblo de Cercedilla y a su hermana Blanca, guiñándome los ojos, en esa epifanía - gloriosa certidumbre, la única certera –, de que ya jamás tendremos que morir !.
Si (
No(
