Oye, que estoy trabajando

El tiempo cobra así desde siempre un carácter sagrado, casi aristocrático, como arma arrojadiza más que otra cosa en una sociedad competitiva, agresiva y machista, en la que todos parecemos correr como locos en pos de algo misterioso para mí, pues se trata de correr más que otra cosa pues te da además un aire de superioridad.

En las profesiones liberales todo esto se da pero en mucha menor medida. Un pintor, un escritor o un músico, por regla general ante una llamada telefónica tiene dos opciones, coger el teléfono o no cogerlo, pero si lo coge jamás te dirá o te parará en seco con el agresivo “oye, que estoy trabajando”.

¿Es que son más sensibles y respetuosos con el otro o sencillamente que escribir, componer o pintar, no es un trabajo en sí?. Aquí en este punto me conviene callar para que vosotros, lectores, deis la respuesta adecuada en función de vuestros juicios de valor y concepto de la vida.

Tengo una amiga reciente francamente inteligente, con buenas perspectivas y olfato, que podría dar una opinión muy ajustada. Ella da mucha importancia a los valores y después al trabajo. Junto a ella su marido que no es moco de pavo, más interesante si cabe para mí pues está más lejos de mis conocimientos y su charla me interesa sobre manera.

A mi izquierda está su hija pequeña con el patinete, ella es el verdadero genio de la velada y causa de nuestro conocimiento, además de graciosa, y simpática, y mona, posee un conocimiento intuitivo tan extraordinario que le permite ver cosas que los demás no ven, no alcanzan hasta allí; es ella la que capturó primero mi atención. Yo les llamo los Kennedy y es un regalo de Dios haberles conocido, pues sé que si aguantan un poco sentiremos todos el rumor, el olor y la luz del polvo de las estrellas que los seres humanos percibimos raramente, sin preaviso, cuando menos lo esperas.