Rubén Darío (1867-1916) nos deja testimonio y opinión de autores como: Edgard Allan Poe, Leconte de Lisle, Paul Verlaine, El conde Matías Augusto Villiers de LÍsle Adam, León Bloy, Jean Richepin, Jean Moréas, Rachilde, Georges d´Esparbés, Augusto de Armas, Laurent Tailhade, Fra Domenico Cavalca, Eduardo Dubus, Teodoro Hannon, El conde de Lautrémont, Paul Adam, Max Nordeau, Ibsen, José Martí y Eugenio de Castro.
“El prólogo de la primera edición de 1896 es en rigor un manifiesto. Escueto y beligerante, lacónico y combativo, obra como proclama y breviario al servicio del incipiente modernismo. Más que vademecum, prontuario o dietario que consigna una norma de vida. Antyicipa la disciplinada estridencia de la vanguardia”, explican los editores.
El propio Rubén Darío comenta en el prólogo: “Fuera de las notas sobre Mauclair y Adam, todo lo contenido en este libro fue escrito hace doce años, en Buenos Aires, cuando en Francia estaba el simbolismo en pleno desarrollo. Me tocó dar a conocer en América ese movimiento y por ello y por mis versos de entonces, fui atacado y calificado con la inevitable palabra “decadente…” Todo esto ha pasado como mi decadente juventud.
Hay en estas páginas mucho entusiasmo, admiración sincera, mucha lectura y no poca buena intención.”
Los editores Ricardo de la Fuente y Juan Pascual Gay hacen una erudita y amena presentación de Darío y su libro “Los raros”, en la que subrayan que “la revolución modernista no se limita al verso, la prosodia, la rima, los motivos, los asuntos, la rehabilitación de odres viejos, sino que borra fronteras y elimina barreras entre unos países hispanoamericanos demasiado ocupados en indagar sus singularidades y particularidades, afanados en construir una identidad nacional a condición de negar semblantes comunes, rasgos compartidos, facciones semejantes.”