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Escaparate de Libros

El tiempo y la realidad en un nuevo libro de Natividad Cepeda

Por José López Martínez

lunes 20 de julio de 2020, 23:02h

20JUL20 – MADRID.- Dos grandes poetas de la historia de nuestra literatura, fray Antonio de Guevara y Jorge Manrique han venido a mi memoria mientras leía este nuevo libro de Natividad Cepeda.

El tiempo y la realidad en un nuevo libro de Natividad Cepeda

El libro al que hago mención lleva por título Abrazando el paisaje, publicado por editorial Llanura, dentro de su prestigiosa colección Erato, y para que no falten detalles a este apresurado comentario, agregaré también que del prólogo se ocupa el profesor e historiador Miguel Romero Saiz, vicepresidente de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha. Y estas son algunas palabras del prologuista: “creo tanto en los caminos del tiempo que sigo siendo un niño ilusionado, por eso cuando veo palabras tan bien hilvanadas como éstas sigo creyendo que el mundo es maravilloso, tan real como mi signo”. Por otra parte, la lectura de Abrazando el paisaje confirma que Natividad Cepeda se haya al filo de su plenitud literaria.

Natividad Cepeda ha publicado ya muchos libros, sabe bien lo que son los días ásperos en la vida de un poeta y las tardes apacibles del reconocimiento de sus lectores, por lo que siempre elige la soledad de la escritura. Esta puede ser una manera desde la que concibe y transmite sus versos: “La vida no es lo que uno vivió –palabras de Gabriel García Márquez—sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. La esencia de la verdad, así lo entiendo yo, hemos de conjugarla con el nombre exacto de las cosas, con el amor y del desamor que configuran nuestro propio destino. Blas de Otero daba todos sus versos por un hombre de paz, de una paz que nunca consiguió. Y estos son los caminos por los que discurre la metáfora del abrazo al paisaje, del libro de Natividad Cepeda: “Habladme de cuando la lluvia no era un ente/ fugitivo y mojaba el cansancio de días otoñales”.

Hay mucho amor a la tierra, al paisaje, a la historia rural de La Mancha: “Ahí se queda el campo solo sin otra sombra/ que lo acompañe que ese rescoldo del mes de julio”, de lo que en otros tiempos eran días de siega y de trilladores, antes de los adelantos de la modernidad. El campo y las eras se llenaban de canciones que renovaban la ilusión de vivir. Me contaba Federico Romero, uno de los dos autores de la letra de La rosa del azafrán, la zarzuela manchega por excelencia, que él conoció a aquellas gentes tan felices que no podían serlo más; argumentos y reflexiones que el maestro Guerrero llenó de músicas inolvidables: “Aunque soy de La Mancha/ no mancho a nadie/ más de cuatro quisieran ser de mi sangre”. Ya he contado en alguno de mis libros que en esa zarzuela está uno de los más bellos elogios dedicados a la mujer de nuestra tierra: “Manchega flor y gala de la llanura”

Hace falta que las nuevas generaciones nos refresquen la memoria, no con tópicos sino con lo que un día fueron valores castellano-manchegos los cuales están recogidos en las canciones populares, en la poesía y la música de quintería. Recuerdo charlas con Pedro Echevarría Bravo, lecciones inolvidables sobre las ensoñaciones del alma manchega. Y ahora llega este libro de Natividad Cepeda hurgando en las entrañas de una cultura que dio forma y consistencia a gentes enamoradas de una razón de ser que llevamos en nuestro corazón. Dice en uno de sus poemas: “No lloro ni protesto por este paraíso/ que se muere en silencio de color/ carmesí./ No gimo ni salgo en los portales/ del mundo digital por mi tierra/ manchega que se queda desierta./ Mis labios se han cansado de abrirse/ a la denuncia de que aquí morimos/ en silencio igual que mueren nuestros ríos”. El folklorista de Tomelloso Vicente Morales –de él escribiré otro día—ha dicho públicamente que el folklore creado por las gentes del campo es uno de nuestros principales tesoros.

La autora de este libro abraza el paisaje donde nació, lo ama y procura trascenderlo desde su poesía: “Distribuida ausencia llevamos,/ llevo por estos cursos de vida, solos, sola, como esa encinas que fuertes soportan / lo duro del vivir de cada día./ Inexorable es el espejo/ donde se hunde el paisaje. Es una estela/ por donde yo camino./ Mujer al cabo, cirio/ apagado que yo enciendo, cuando la puerta/ del amor de las madres, abro./ Y leve, sutil llega vuestra presencia en el cuarzo fundido de la aurora”. Lo dijo el gran Hasns Magnus: “Desde mi punto de vista la poesía es omnívora. No hay nada de lo que no se pueda hacer un poema”, y Natividad Cepeda también lo entiende así.

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