Ya no iremos en “600” ni tendremos que viajar de noche para que los niños duerman durante el trayecto y no pregunten continuamente cuándo llegamos. Quizás nos olvidemos de la tortilla y los filetes para sustituirlos por unos “sándwiches”, que para eso hablamos, hablan nuestros hijos, inglés. En la nevera habremos sustituido la cerveza “El Águila” por algún refresco estimulante por aquello de los controles de alcoholemia y para ayudarnos a evitar el sueño.
Tampoco iremos a un “resort” a pesar de su sonoridad y de lo bien que queda al contárselo a los amigos, sino a un apartamento alquilado, no en primera línea de playa porque es muy caro y hay estrecheces económicas. O quizás a un camping en la vieja tienda de campaña que teníamos olvidada en el trastero. Por qué no a la casa del pueblo, sí, a aquella de los abuelos donde tanto disfrutamos de críos y que ahora rechazábamos porque quedaba más elegante ir a una playa de moda, cuando no a algún destino internacional, mejor cuanto más lejano y más exótico.
Pues, me temo, eso se ha acabado para muchos. Bien por razones económicas, ya que nadie niega que la gran perjudicada de esta crisis será la economía, bien por razones de seguridad pues todos nos sentimos más protegidos en destinos cercanos, en los de nuestro país, que en esos otros que nos han mostrado la publicidad pero en los que nos cuesta hacernos entender no sólo por el idioma sino también por las costumbres y la idiosincrasia de sus habitantes.
Como en todas las crisis habrá quienes salgan beneficiados y quienes perjudicados. Pienso que en esta ocasión serán más los segundos. También pienso que no lo van a asumir como algo inevitable y van a luchar por mantener su negocio. Sea este de líneas aéreas (las más vulnerables) de grandes cadenas de hoteles o de cualquier otra actividad vinculada al turismo de masas. Todos van a intentar convencernos de las bondades de retomar nuestra anterior forma de entender el ocio vacacional, de ese que llena los lugares a los que como, perdónenme la expresión, nos llevan cuales dóciles corderitos. Sean estos lugares playas bajo palmeras cocoteras, edificaciones míticas como el Taj Mahal y la Acrópolis de Atenas, o paisajes deslumbrantes como las cataratas del Niágara y los fiordos noruegos, sólo por citar algunos ejemplos. Que después de lo vivido lo consigan o no, está por ver. A corto plazo estoy seguro que no, a dos o tres años tengo dudas, pero a partir de ese tiempo el poder de persuasión de las empresas junto a la falta de memoria colectiva que sufriremos nos hará volver a la situación que tuvimos hasta el pasado año. Y tan contentos.
Mientras llega ese momento ¿por qué no aprovechamos para conocer mejor nuestro país, pero lejos de las playas? Lamentablemente España es en buena parte de su territorio una gran desconocida incluso para los españoles. Tantos y tantos lugares a los que ahora se les dice la España despoblada están ahí esperándonos para mostrarnos sus edificaciones, sus paisajes o sus delicias culinarias. Admiren el mejor románico en la ciudad de Zamora, retrocedan en el tiempo en las ruinas de Numancia, gocen del blanco de los pueblos de la Alpujarra almeriense mientras beben sus magníficos y poco conocidos vinos, siéntanse ciudadanos de otro tiempo caminando sobre la Ruta de la Plata….. Seguro que encontrarán muchos lugares para disfrutar de otra forma de entender el ocio y, con seguridad, arrepentirse de no haberlo hecho antes. Felices vacaciones post Covid-19.
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