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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Las muchachas de las blancas alas

Por Germán Ubillos Orsolich
miércoles 29 de abril de 2020, 02:51h

29ABR20 - MADRID.- Como los discípulos camino de Emaús cariacontecidos y tristones por la muerte de Cristo, no se daban bien cuenta que era el Señor quien les acompañaba y les hablaba y que al hablarles ardían sus corazones.

De la misma manera inicié yo la cuarentena – el encierro fue algo más largo – como consecuencia del coronavirus, encierro por cierto planetario, porque ha habido guerras civiles, guerras mundiales, pero jamás guerras planetarias, quitando, claro está el Diluvio Universal y la Torre de Babel, pues hasta el paso del Mar Rojo del pueblo elegido por Dios huyendo del Faraón, “alias Yul Brinner” que pude conocerle personalmente en Londres en las maravillosas funciones de “Ana y el Rey de Siam”, por cierto con helicópteros que les protegían de la muchedumbre de fans. Al él y a Deborah Kerr, que yo sepa las otras dos guerras llamadas mundiales no lo fueron, sí esta Pandemia que ha amenazado a la Humanidad (supremo aviso. No habrá otro)

Pues bien, como decía cariacontecido, desbordado por los acontecimientos inconcebibles e inimaginables, - ya que la realidad supera siempre a la fantasía más poderosa, – deambulaba como alma en pena, como un fantasma por la casa, cuando mirando a través de los cristales adiviné más que vi el rostro luminoso de una joven que a su vez me miraba, era algo parecido a la mirada de Judy Garland, la niña prodigio en “El Mago de Oz”. Al día siguiente la volvía a ver asomada al balcón de su casa junto a otras dos jóvenes que aplaudían creo que a los médicos y enfermeras que estaban dando la vida por nosotros y digo la vida, porque las enviaban al degüello sin el material protector requerido, algo así como unos generales que enviaran a sus soldados a una cruenta batalla cuerpo a cuerpo en calzoncillos o en bragas.

Pero bueno el caso es que yo también aplaudía, no sabía a quién ni a qué. Pero esa costumbre de salir a las ocho de la tarde a aplaudir como quien matara moscas, comprendí que rompía la monotonía del encierro en el que nos había sumido nuestro atribulado y sobrepasado Presidente.

Una vez me di cuenta de lo que representaba de salutífero salir a la ventana a aplaudir como los locos a un púbico inexistente como si estuviera de nuevo en los escenarios de la Red Nacional, que tan buen recuerdos me traen, fue cuando me fijé más y aquella chica que días atrás me miraba a través sus cristales, Judy Garland, vamos, no era Judy Garland, era algo especial y las dos que le acompañaban también, eran seres que estaban transformando la angustia, el pesimismo y la monotonía de una situación creada sin duda por el diablo, ya que era planetaria y solo Satanás era capaz de organizar un desastre semejante.

Por eso la monotonía se rompía porque a las ocho en punto salía a aplaudir esta vez o a los escenarios del María Guerrero o del Alcázar de Madrid como solía hacer, tampoco al Calderón de Valladolid, ni al Auditorio de Palma de Mallorca, ahora se trataba de algo distinto que aligeraba mi alma, los aplausos a la bondad o a la entrega de la gente buena, que me mostraba algo insólito y profundo.

Me fijé con más detenimiento y comprendí con los “ojos del alma” que son los cuerpos de aquellas jóvenes del balcón de la casa de enfrente, llamadas Jimena, Sofía y Victoria, los ángeles del cielo enviadas por Dios para aliviar mi tormento.

Desde ese momento me esforcé en pensar donde habrían dejado sus blancas alas que nunca las veía, pero fue Jimena, con su sonrisa maravillosa quien me dio a entender - por trasmisión de pensamiento - que las habían dejado en el cuarto de atrás para no organizar un buen escándalo.

Aquella noche, yo que duermo tan mal, dormí tan profundamente que fue mi esposa quien tuvo que despertarme con un leve zarandeo.

No sabéis lectores qué impresión me produjo. Soñaba que estaba en otro mundo donde no existían ni la enfermedad, ni el dolor, ni la muerte. Charlaba así, distendidamente, con las tres muchachas de las blancas alas sumido en un paisaje inundado de una luz inefable.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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