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Opinión:

El canto de los pájaros

Por Concha Pelayo (*)
sábado 21 de marzo de 2020, 00:48h

20MAR20 - ZAMORA.- Yo no tengo perro, pero tengo una vecina que tiene dos, pequeñitos, y cada día, un ratito, no mucho, la acompaño para poder dar un paseo por Valorio, un bosque cercano a mi casa. Este es un paseo placentero y furtivo porque sé que estoy haciendo algo que transgrede mi propia ética.

Yo no tengo perro, insisto, pero me valgo de uno de mi vecina para poder salir a la calle. Regreso a casa y busco cualquier excusa para salir de nuevo. Miro la nevera y voy apuntando lo que falta y vuelvo a la calle.

El supermercado está cerca. Allí, en la puerta hay cuatro personas, separadas unas de otras, a cuatro metros. Todas tienen un semblante pacífico, se les ve con ganas de entablar conversación. Se las ve sin prisas.

Sin prisas. ¡Qué ironía! Para que van a apurarse. Les espera, como a mí, el día entero, un día con muchas horas por delante. Yo las distribuyo muy bien. Lo intento. Leo algo, reviso mis carpetas en el ordenador para volver a viajar por los viajes que he hecho; y van apareciendo paisajes de distintos países, de momentos y situaciones con diferentes personas.

A ratos hago gimnasia a través de una tabla desde mi móvil. Bailar. Ah, sí, bailar. El baile es muy bueno porque estimula. Busco en youtube a Juan Luis Guerra y selecciono La bilirrubina, Que llueva café…y bailo y bailo a buen ritmo. Recuerdo cuando conocí a Juan Luis Guerra en Salamanca, en su multitudinario concierto en la Plaza de toros, hace, ni sé cuántos años. Fue todo un descubrimiento. Allí en el escenario, tan alto, tan sensual. Las chicas que hacían los coros, todas moviéndose al desenfrenado ritmo. Me llamaban la atención los culos de las chicas, tan enormes y respingones. Me enamoré de Juan Luis y durante aquel verano ponía sus discos en mi reproductor una y otra vez.

Escribir. Ah, sí, también escribo algo. No tanto como quisiera. Llevo una temporada demasiado larga que apenas escribo, y no es porque no tenga ideas, sino porque hay algo dentro de mí que me frena como se frenó mi vida a comienzos de 2019. Fue un año duro, dramático, inesperado y rompió el ritmo de lo que era mi cotidianidad y circunstancias. Hoy, me parece que todo fue un sueño, hoy he salido del túnel y he comenzado a ver la luz, aquella luz que se había apagado. Y así estaba, disfrutando, al fin, de lo que había perdido y, de pronto, me encuentro así, recluida, mirando por la ventana sin ver pasar a nadie.

De vez en cuando, alguien camina silencioso con su perro, o a otro que pasa solo, como escondiéndose, con la cabeza baja, avergonzado de que lo vean sin tener disculpa para estar en la calle. Ahora, para salir, hay que llevar una bolsa con basura, o con la compra del súper, o de la farmacia, o con la barra y el periódico, o con el perrito. Así, quienes te vean desde su ventana te disculparán, si no, te llevarán a los infiernos.

Por la tarde, los aplausos se confunden con las noticias de la televisión. Cantan las sopranos y los tenores desde sus balcones, los vecinos aplauden. Las lágrimas asoman sin querer por muchas mejillas. Son muchas emociones para asimilarlas tan de repente, como si no pasara nada. La vida, ahora, es un gran escenario. Lo más nimio se ha convertido en espectáculo. Ah, el canto de los pájaros ahora es más nítido.

Concha Pelayo (*)

(*) Concha Pelayo - Es escritora/ Gestora Cultural - Miembro de AICA, FEPET y ARHOE - https://voydetapas.blogspot.com.es/

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