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Opinión: “La llaga en el dedo”

Analistas y analistos

Por Santiago del Pozo

lunes 02 de marzo de 2020, 02:20h

03MAR20 – MADRID.- No, amigo lector, no he pretendido intitular mi escrito para emular esa jerga lingüística no sexista -si al lenguaje le es negado el sexo como a los ángeles-, ni quiero entrar en el juego de duplicar el género común -mal dadas si se muestra violento-, auspiciado por políticos y radicales, sin mayores logros que el empobrecimiento con sus reiteraciones, circunloquios y redundancias no solo de nuestra preclara Lengua, sino también menospreciar la dignidad y méritos sinfín de la mujer con banalidades de galería, a falta de más hondas reivindicaciones igualitarias, que con poco se conforman algunos y los más atiborran su conciencia buenista con tales milongas.

Me refiero a ciertos analistillos políticos y otras tantas analistillas que pululan por las tertulias de televisión y que con tal título, sacado de la chistera de un goudini de magia borragia, agostean o cosechan pingües beneficios sin el más leve sentido de imparcialidad y dogmatizando sin pudor sobre lo que les echen. Manuel Vicent dejó dicho que para participar en las tertulias la esencia es no saber de nada, condición que, por ende, consideraba necesaria para opinar de todo.

Por el contrario, hay numerosos periodistas y comentaristas que con los antedichos comparten plató, desde la excelencia hasta la memez pesebrera, y que se afanan unos en ser eclécticos y otros en pregonar su pensamiento político sin ambages ni sonrojos, a lo que tienen todo el derecho, incluso lo defienden con vehemencia pues no están reportando noticias ni hechos significativos sino opiniones personales, que hasta pueden ser sesgadas dentro de su libertad, faltaría más. Tampoco, en este totum revolutum tertuliano, abundan las muestras de imparcialidad en la mayoría de los moderadores, a quienes se les ve el plumero político y el caminar renco, cuando su papel habría de ser de moderación y de distribución equitativa de intervenciones y tiempos, sin favoritismos y con respeto a su audiencia, y que en la calle reverencien o laman perrunos a quienes les pete o mayores favores les regalen. Allá penas.

Un analista de política, o de lo que fuere, que se precie, ha de actuar con tanto rigor como objetividad y conocimientos, y en lo político alejado de cualquier afán proselitista, sin más fin que ayudar y orientar a quienes lo escuchen para que saquen mayor información y fiabilidad en sus propias conclusiones y decisiones, sin que se les influya desde servilismos políticos. En medicina no es el analista el que diagnostica, sino quien dota al médico de unos resultados que le permitan hacerlo con mayor precisión.

Cierto que analistillas y analistillos políticos son tenaces y aguantadores, pues algunos se repiten en cuantas tertulias les permite el don de la ubicuidad. Tanto les da confrontarse en solitario como contrapuntos a contertulios de ideología opuesta a la suya, donde su oportunista presencia permitirá que aflore su falsa ecuanimidad, que suplirá con interrupciones y ataques a los demás para tapar sus críticas o sus incómodas por veraces informaciones, como participar en las que domine su ideología, donde ejercerá de corifeo, si el nivel le es propicio, y si no, pues a chupar rueda, que de este verbo se trata. Y de contrapunto, otro. Aunque unos telespectadores prefieren el equilibrio de fuerzas y otros sin contrapuntos, asumiendo el riesgo de que sean todos del mismo palo, pues así muestran y destapan los comportamientos de sus contrarios, y al día siguiente escuchan a estos en busca de la verdad y del equilibrio. Que uno ya no sabe si no hay mayor información que la desinformación o a la inversa.

Asimismo, no se entiende cómo cadenas de televisión de distinta hechura e inclinaciones políticas a las de estos impenitentes analistas los contraten repetidamente. Tengo para mí que son ya de la plantilla secreta, y quizá por eso produzcan mayor hartazgo y caída de audiencia. Y si ya son vociferantes y tapabocas, con lo que acallan al contertulio inteligente y objetivo, que los hay, pues a dar dedo en el botoncito del mando y a otra tertulia. Claro que quizá el mal fario conduzca a una aún peor si cabe. De todos modos, los programadores o moderadores podrían tener más originalidad y cambiar de contertulios, que nos gusta aprender de los muchos periodistas, pensadores y analistas cuya equidad esté reñida con el pesebreo pre y poselectoral y con el más de lo mismo de costumbre. Por eso a estos, como presionan donde más duele, los brean y apabullan, cuando no anulan, por carencia de argumentos certeros, con ataques y ladridos y con el arma de los estultos: la ignorancia.

El televidente libre de anteojeras reclama una mayor exigencia y variedad en las tertulias de actualidad política, económica o de lo que fuere. Y rigor, además de estilo y valía, en quienes las moderan. Que el “¡Otra vez este o esta!” termine de ser ya una muletilla que transite por tantos hogares. Hay quienes ven aparecer al analistillo o analistilla habitual y son capaces de pasarse a alguna de las fascinantes películas con que nos satisface nuestra televisión. Y también que algunos tertulianos de prestigio muestren su dignidad y rechacen de una vez la vulgaridad y el acoso verbal y se nieguen a su continua participación, salvo que sea obligación mamporrera impuesta por quienes mangonean a ellos y a la cadena, o por cuestión de masoquismo. Y en tales casos, que se fastidien, pero que no sea uno el telespectador.

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