De ello hemos visto películas –y no precisamente tópicas-, incluido a Igman Bergman. Algunos señores y mayordomos recitan conjuntamente a Shakespeare, lo que habla de la cultura de esos servidores domésticos, ciertamente consejeros en muchos casos
El sirviente de esta obra de teatro adolece de cierta chulería y hasta malos modales de midle class, por no decir clase baja desde el principio, por lo que choca un tanto. Cuesta ver esa progresión o corrupción que llega hasta el dominio del señor. Manners before moral (modales antes que moral) dice un aserto inglés.
Cierto que en la clase alta inglesa se encuentran ejemplos de degeneración, decrepitud, sumisión y costumbres morales degeneradas, probablemente procedentes de los internados masculinos donde los castigos de palos en las nalgas y la homosexualidad en tiempos adolescentes desvían las inclinaciones naturales de esos muchachos.
El señor de El sirviente llega de la guerra en África y solo busca comodidad y confort a su vida de reino animal -comida, limpieza, tranquilidad y sexo- metido en sociedad; solo necesita un sirviente que le de gusto en este campo y no le altere, pero desde el comienzo, demasiado al principio el sirviente se rebela como mandón y dispuesto a llevar la batuta dominando psicológicamente a su amo, llevándolo hasta las bajas pasiones. La degradación es un hecho y el espectador sigue la tensión, con lo cual la obra no es fallida, aunque le falte fineza y matiz. El gesto de la mano del sirviente pidiendo “aire” es tan vulgar que no responde a ningún buen mayordomo o sirviente inglés que se precie.
La fisonomía de Pablo Rivero en Tony responde al estereotipo, y Eusebio Poncela, pese a su voz pastosa y baj