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Opinión:”Mi Pequeño Manhattan...”

Blanca Fernández Ochoa

Por Germán Ubillos Orsolich
viernes 06 de septiembre de 2019, 11:32h

06SEP19 – MADRID.- Mis queridos lectores y lectoras, los que por alguna razón en la vida hemos llegado a saltar a la fama, eso que llama mi amigo Mesa Basán “salir en negrita”, y que tantos apetecen, es de las cosas más peligrosas por no decir desgracias que pueden acontecerle a un ser humano.

Blanca Fernández Ochoa

De entrada diré que formamos como una familia muy unida y nos queremos mucho los unos a los otros y nos presentamos libros, y vamos a los estrenos y a conferencias y eventos deportivos o taurinos, porque somos “primus inter pares”, esto es, de un mismo nivel.

Y nos queremos y nos sentimos unidos pienso -muy en el fondo- porque nos damos pena y sentimos compasión los unos de los otros, y de ahí viene esa curiosa unión.

Porque la fama además de ser muy peligrosa es muy dura de llevar. Que se lo digan sin ir más lejos a las familias reales donde haya monarquía.

Conocí a Paquito Fernández Ochoa porque me dio por ahí. Un buen día me planté en una de sus tiendas y nada más verle le di un abrazo, eso fue todo. Paquito era extraordinario y me presentó alguno de mis libros, alguno de ellos en Cafetín Croché de El Escorial. Tenía la campechanía de otros amigos como Juanjo Alonso Millán, Eduardo Sotillos, Cristina Narbona, César Pérez de Tudela, Manuel Toharia o Santiago Cantera. Pero claro, Paquito era Oro Olímpico en Sapporo y tenía no sé cuantos títulos y premios nacionales de esquí, no sé si cincuenta o cien, no lo recuerdo, pero lo que si recuerdo era su calor emocional, su hombría, su bondad, su sencillez, la delicadeza y el afecto con el que me trataba. Mis últimas citas con él ya estaba grave, aquejado del cáncer o leucemia que le conduciría al otro mundo, pero acudía puntual a mis citas, como si no le pasara nada.

Como pueden suponer también traté y charlé largamente con Blanca, su hermana, en Cercedilla, en Navacerrada, en su tienda del Paseo del Pintor Rosales, en Madrid, hablábamos de todo y por supuesto de su hermano Paco. Desde luego guardo de ellos un recuerdo imborrable.

No pude ir al funeral ni al entierro de Paquito pues me encontraba fatal y mi salud siempre ha sido muy mala y no me he ido al otro mundo, queridos lectores, a pesar de la fama que ha estado haciendo de las suyas durante buena parte de mi vida sin llegar a matarme, gracias a dos cosas muy hermosas: el amor inconmensurable que me tenían mi padres y a mi fe religiosa; de no ser así habría terminado como Fasbinder. Rommy Shneider, Judy Garland, Marilyn, Michael Jackson o Diego Armando Maradona, que sin marcharse ha estado al borde.

¿Y por qué?. Porque la fama si te pega muy de joven te genera una sensación esquizofrénica de la realidad y te crees alguien porque todos te lo repiten machaconamente uno y otro día, cuando en la realidad no eres nadie ni nada, por supuesto muy poca diferencia con el que eras el día antes de saltar a la fama….Y después con una medalla olímpica o un premio nacional es muy difícil mantenerse toda una vida con lo cruel, triste o difícil que suele ser ésta.

….Y es entonces cuando comparando aquel día de gloria con la realidad cotidiana es cuando te puede pegar la depresión…y además de las gordas.

Por eso Roma, que sabía de todo, y a veces mucho más que nosotros ponía en el carro triunfal del general que venía de triunfar en las Galias o donde fuese y entraba por las calles de Roma, entre pétalos de rosas a recibir de manos personales del Emperador la corona de laurel que ceñirían sus sienes, a un filósofo que junto a él le repetía también machaconamente: “Recuerda que eres mortal”, y la pena es que en el mundo actual muchos de aquellos valores del sagrado Imperio se han arrumbado o se han olvidado y así nos va.

La hermana de Paquito con esa sonrisa embriagadora que tenía cuando levantó jubilosa la medalla olímpica, la mujer encantadora, sencilla y cordial como toda esa familia, se haya tenido que marchar.

A mí me sume en una tristeza honda llena de recuerdos melancólicos, pero también de una luz estremecida como la de una trompeta del Juicio Final que me avisara cada segundo que pasa que cuanto nos rodea es eso, nada más que polvo , y sobre todo que no olvide cada mañana al levantarme y cada noche al acostarme sencillamente que no soy nada, que soy mortal y la tristeza que me supone y la ansiedad ver desaparecer con frecuencia acelerada a esas amigas maravillosas como esta tan lamentable y terrible de Blanca Fernández Ochoa.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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