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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…

“Las muchachas de las blancas alas”

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 02 de septiembre de 2019, 13:00h

01SEP19 – MADRID.- Como Sherlock Holmes, había regresado a mi reciente lugar de descanso de éste verano, a 1500 metros de altitud, con el deseo de investigar qué diablos tenía ese lugar donde de forma misteriosa había recuperado la inspiración de mi juventud; cuando escuché desde mi habitación un sonido suave, melodioso, agudo y lastimero salido no de seres humanos, de ángeles quizá, pues en aquel lugar entre montañas, bosques de pinos, abetos, cipreses, sauces y castaños, donde la temperatura era siempre 10º menos que en la capital y la distancia entre los seres humanos era enorme si la comparábamos con la de cualquier pueblo, ocurrían cosas raras.

Pues bien, en aquel lugar ignoto para mí, más bien de cuento de hadas o del mudo de Tolkien, solo en la habitación – pues mi esposa se había ausentado – llegó hasta mis oídos el lamento acompasado y estremecido de un dueto de fuerza sensitiva tan enorme que atravesando mi alma parecía decirme cual profundo y demoledor era.

¡! Grité Bravo ¡!. Y la música se detuvo pero, como un recién nacido que empezaba a silabear, continuó a los pocos momentos.

Cuando regresó mi esposa me encontró turbado y perplejo. Después de la cena en el jardín del hotel aparecieron sus dos causantes.

Eran dos ángeles de naturaleza femenina y las conocí a la luz de neón del jardín posterior a la cena.

Espigadas, delgadas, tranquilas, risueñas, acababan de interpretar un dueto capaz de derretir las piedras.

Se llamaban, se llaman Ninogán Le Pabic, francesa de Bretaña, de cabello levemente dorado, alisado, tímida y risueña; y su compañera Julia Gil de la Fuente, algo más alta, morena y determinante.

Como no podían ofrecernos el concierto que daban aquella noche al regresar nosotros a la capital, nos invitaron a mi mujer y a mí a presenciar un ensayo del mismo.

Interpretaron tres piezas al violín y una de ellas el dueto de brillo y belleza penetrante y embriagadora.

Fue la mañana siguiente, en un amplio estudio forrado en madera con ventanas al fondo que daban al infinito.

Interpretaban, ejecutaban. Entraron violín en mano.

La francesa algo más tímida pero empleándose a fondo se cimbreaba, sentía, vivía los cantos y lamentos con macada expresión corporal y movimientos rítmicos.

Julia, más alta y corpulenta, se limitaba a recitar o expresar la partitura con vigor y energía.

Pronto me di cuenta que se trataba de ángeles del cielo y lo primero que hice al conocerlas fue preguntar por sus alas, por sus alas blancas de finas y cimbreantes plumas.

Las dos, o los dos, sonrieron con benevolencia a la osadía de mis preguntas. Ninogan, la francesa, me ofreció asistir a los ensayos del día siguiente.

Comenzó a ejecutar en solitario, se cimbreaba, sentía, quizá soñaba lo que estaba interpretando.

Yo comencé a soñar también y fue entonces, desde mi silla de ruedas, cuando tan limitado por voluntad de Dios, efectivamente comprobé que se habían desprendido de sus alas que yacían junto a la chimenea al otro lado de la amplia estancia forrada en madera.

Jamás dos seres humanos me habían hecho un regalo semejante, pues Ninogan y Julia enviadas hasta aquel lugar ignoto habían interpretado para mis viejos oídos un mensaje, unos duetos venidos del más allá, para alejar mí el miedo a la muerte, para explicarme claramente que se trata tan solo de un único viaje con cambio de estación.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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