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Opinión:

Los Nadies
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Los Nadies

Por M. Gutiérrez
  • “Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres (…) Eduardo Galeano

martes 14 de mayo de 2019, 21:57h

15MAY19.- El sol cae a plomo con una violencia casi tangible en medio del extenso páramo en el que me encuentro. Ni un ápice de sombra. Estoy en la ubicación precisa donde se va a construir la cimentación de un edificio de más de cien metros de altura. A mi alrededor, paisaje de orografía llana, explanada esteparia, polvo y más polvo, un socavón del tamaño de un cráter, calor, sudor y pieles negras. Kilos y kilos de acero cargados por sus manos: mano de obra barata, extenuada, explotada.

Me fijo en uno de ellos, las arrugas cuartean su rostro como si en esa piel arrugada se escondiese todo el peso de Nigeria en cada poro. Sopla algo de aire de repente y trae a mi mente el poema de Eduardo Galeano “Los Nadie”, en el que dice “(…) que no tienen cara, sino brazos (…) Los nadies que cuestan menos que la bala que los mata (…)”.

Los nadies en nuestro país los encarnan los inmigrantes a día de hoy. Esos de los que sólo se acuerdan en discursos políticos y sociales cuando es cuestión de escupir racismo y xenofobia.

Nadie los nombra sin embargo cuando son la mano de obra regalada de trabajos que los españolitos de bien no queremos hacer. Y, además, podemos permitirnos no querer hacerlos. Pero ellos no, los nadies no han podido elegir. Porque en este exacerbado capitalismo que lo inunda todo, cuanto más dinero tienes, más libre eres. La libertad la compra el poder adquisitivo y por eso ellos son nuestros esclavos de las más variopintas y eufemísticas formas.

Ellos trabajan al margen de esa oferta y esa demanda que a esos líderes neoliberales les gusta tanto loar. A poco que entienda uno de economía sabe que cuando la oferta baja, los precios suben. Es decir, si no hay oferta de personas para realizar un determinado trabajo (operarios en obras, trabajadoras en el campo etc.), cuando una empresa encuentra a alguien dispuesto a realizarlo debería pagarle más. Pero eso no ocurre con los inmigrantes, sino que en muchos casos no sólo no se les paga lo que se debería una vez contratados –eso si no trabajan sin cotizar– sino que se les amenaza, se les presiona y se les obliga mediante coacción y chantaje a hacer más horas de las que deberían. “Sino a la calle”, como si no les hubiera costado encontrar a quien hacer ese trabajo, como si pudieran despedirles y no se quedara su negocio, su obra o su campo en pañales. Algunos si pudieran, yo creo que les escupirían.

Este país, de memoria selectiva y conciencia laxa, ha debido olvidar que también emigró en masa hace no tanto tiempo, que sigue emigrando hoy en día, que una ingeniera que coge un avión para ir a otros países de Europa o incluso a otro continente tiene la misma categoría de migrante que el que sale de las tierras africanas y se sube a una patera.

La misma categoría que no se nos olvide. Nadie emigra por placer. La diferencia es que los europeos no lo hacemos huyendo de guerras y violaciones de los derechos humanos, no nos enfrentamos a la muerte al poner un pie en el avión que nos llevará a nuestro destino como sí lo hacen los que se montan en una patera cuyo destino, además, es incierto. La diferencia entre nuestra migración y la de los nadies es que ellos se juegan literalmente la vida en su trayecto mientras nosotros viajamos con aire acondicionado o calefacción, según la estación del año.

Lo que más me sonroja de todo es ver cómo hacen el trabajo más duro, el más extenuante, el que más machaca el cuerpo, las manos, la espalda y las articulaciones y además hay quien se atreve amparado en su superioridad blanca –como si ser blanco no fuera fruto del azar, como si tuviera algún mérito– a hacer chistes, bromas y comentarios jocosos sobre ellos, sobre el color de su piel. Esos sí que me parecen donnadies. Y sus risas son, sin ninguna duda, una ofensa para cualquier persona que esté libre de racismo y xenofobia.

“¡Huy! Las ayudas que reciben en cuanto ponen un pie aquí” ¿De veras alguien que recibe ingentes ayudas estaría partiéndose el lomo haciendo los trabajos más pesados de sol a sol? “Yo a todos los veo iguales, todos morenos” ¿Acaso los blancos no somos también todos blancos? “Así, tantos negros en grupo, no distingo entre unos y otros”. Si no distingues, ponte gafas, de las que corrigen dioptrías o racismo. No hace falta ser Cum Laude para diferenciar a unas personas de otras sean negras o blancas. “Ya que estáis haciendo el Ramadán, no hace falta que bebáis agua” escupe un necio hombre blanco a uno de los trabajadores negros que ha acudido a coger una garrafa de agua a las dos de la tarde bajo el sol punzante.

Se les ríen, les ridiculizan, se les mofan y cuchichean a sus espaldas sobre lo políticamente correcta que es la sociedad con ellos. Y yo les digo a esos racistas hombres blancos: ¡Cámbiense por ellos! Quédense con las presuntas ayudas que reciben, con su piel negra, con sus manos aquejadas de artritis, con su columna vertebral destrozada por cargar tanto peso, quédense con su sed en su jornada diaria de trabajo, con la sed eterna de igualdad de oportunidades que arrastrarán de por vida, quédense con su precariedad, con su furgoneta decrépita compartida y con el desprecio de todos los españolitos de bien que sólo alzan la voz sobre ellos para destilar odio. Quédense con su invisibilidad ante este mundo tan clasista y soberbio. Quédense con su baja esperanza de vida, con sus enfermedades profesionales, con sus sueldos de miseria y con el desprecio de una sociedad que no parece haber aprendido la lección de que uno no elige donde nacer.

Que lo que es fruto del azar, jamás debería ser motivo de burla. Los jactanciosos hombres blancos de este país les desprecian delante y detrás sin tapujos, a ello han contribuido Vox, Abascal y demás primates que han agitado con su discurso del odio la xenofobia en este país. Y mientras ellos, los nadies, hablan de usted a esos hombres blancos, les tratan con respeto, acatan una a una sus órdenes, toman agua casi pidiendo permiso en medio de su jornada laboral y los miran… Los miran con unos ojos inundados de a saber qué tristezas y a saber qué miserias. Los miran con unos ojos que han visto paisajes tan descarnados que el hombre blanco no podría siquiera imaginar. Los miran con unos ojos anegados de esa pena que tienen en la pupila las personas explotadas y cansadas de vivir.

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