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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

La muerte en la literatura

Por Germán Ubillos Orsolich
martes 13 de noviembre de 2018, 00:16h

13NOV18 – MADRID.- Nosotros los autores teatrales solemos decir que “el teatro es una pasión o no es nada”. Y así lo vivimos los autores de raza, una pasión como pueda ser el sexo, el alcohol, las drogas o el juego, una pasión por la cual podemos dar la vida o perder la cabeza.

No digamos como cuando en mi caso hemos estrenado todas y cada una de las obras que hemos escrito y muchas de ellas en la Red Nacional de Teatros o en la de la Comunidad de Madrid. El olor de los escenarios a serrín y humedad, el tam-tam de los aplausos enfebrecidos de un patio de butacas y aledaños puestos en pie para aplaudir. El cuerpo empapado de los actores que corren hacia ti oculto en las candilejas para sacarte a saludar y gozar de las mieles del éxito, el éxito de tu imaginación, de tu fantasía desbordante que ha llegado a alcanzar y fundir escenarios como el del Nacional María Guerrero, o el Teatro Zorrilla de Valladolid, o el Principal de Alicante, o el Auditorio de Palma de Mallorca.

¡Cuántos recuerdos, cuántos escenarios, cuantas épocas de mi vida!.. ¡ El abrazo de Maria Mahor, el de Maria Fernanda Docón, el de Francisco Merino o el de Linne Frederick; el de Luis Prendes, el de Juan Diego o Mayrata O´Wissiedo; el de Adolfo Marsillach o el de Marck Burns!.

Y dentro de esa pasión extensible a toda obra literaria, los 48 argumentos posibles, mejor decir temas, a juicio de Pedo Pérez Oliva, el realizador e íntimo amigo los años que compartimos en Prado del Rey o “Prado” para los amigos.

Y dentro de estos temas posibles los subtemas genéricos más nobles: El amor, la Muerte y el Paso del Tiempo.

La muerte en la literatura o muerte en literatura. Desde “Del sentimiento trágico de la Vida” del angustiado don Miguel de Unamuno en su Salamanca lectiva y en el estallido de la Guerra Civil, que acabaría también con él.

“La Muerte en Venecia” de mi idolatrado Thomas Mann y el filme que realizara Luchino Visconti sobre la historia del decadente profesor Gustave Arzenbuch y su adolescente e inefable amigo en la ciénaga hermosa y pútrida de una Venecia a merced de las epidemias más letales.

Otra muerte literaria que nos ronda en el Sanatorio antituberculoso de Davos Platz en los altos Alpes suizos, territorio que recorrí palmo a palmo con mi maestra Pepi y años más tarde con Sera Contreras, otra enfermera que marcaría mi vida.

Vida de un autor casi siempre enfermo o enfermizo u obsesionado también con la muerte y con esos bebedizos que me habéis ido dando vosotros los médicos en la creencia de que estaba muy enfermo cuando en realidad lo que estaba era aburrido con ese aburrimiento letal que me provoca la vida con sus estrecheces y sus miserias.

Muerte en Hamlet, el Príncipe de Dinamarca y sus sesudas permanentes e inmortales dudas - Hamlet o la duda -, sus charlas a tumba abierta con Yorick el sepulturero.

Viene a mi mente hablando de estas cosas mi querido Gironella, “patea cementerios” como le apodaba otro ilustre y querido amigo, Luis María Anson. Pues el romanticismo se nutrió muy mucho de esos cementerios, de pasear entre las tumbas en otoño o en invierno pensando en lo que seremos y en lo que será de todo esto cuando ya no estemos.

El genio de Calderón en su obra “La vida es Sueño” - cuyos 20 primeros minutos, sea dicho de paso, son los más inefables, brillantes y memorables que ha escuchado mi oído en mis últimos 75 años -, se atreve a decir, que “La vida es sueño y los sueños sueños son”.

Y lo más terrible para un lector es leer como mueren o van muriendo los personajes de una ficción impresa desde la otra ficción, que podría ser la propia vida.

Y el señorío imponente del creador precisamente cuando está creando, en esa tarea que “no es de este mundo”, que es el momento de la creación pura, fruto embriagador de ese nirvana, de ese éxtasis litúrgico que es “la inspiración”·

Cuando estás pergeñando a un personaje y sabes que lo vas a matar y lo vas a matar sencillamente para sentirte divino tras su muerte literari; acto de soberbia suprema digno de Satanás pues estás jugando estúpido de ti a creerte Dios.

Y la muerte de Sócrates narrada por Platón en el “Fedón o de la inmortalidad del alma “.

He descendido, amigos, en el Valle de los Reyes a varias tumbas reales, en una de ellas sufrí un tirón muscular que a no ser por el spray protector que llevara Vicente Sevilla, también médico, no hubiese podido salir de allí. O en el cuidado templo de la reina Hatt Shep Shutt, o trotando en camello junto a la gran Pirámide de Keops contemplando al fondo El Cairo, contaminado y rojo.

Y qué decir de la agonía del Juez Mersault, de “El Extranjero” de Camus, o de ese “Calígula” increíble del autor argelino y joven premio Nobel cuyas representaciones tantas veces me han hecho sollozar. Pues sabed querido auditorio que jamás me han hecho llorar las tragedias reales de la propia vida pero sí cuando éstas son representadas en toda su perfección sobre un escenario.

La literatura recrea la muerte a veces con tal fuerza dramática que puede llegar a ser más terrorífica que su hecho natural.

Recuerdo a Carlos Carbonell médico en este gran centro y gran psiquiatra que me decía hace más de medio siglo que la muerte de mis padres me sorprendería llegado el momento mucho menos de lo que me imaginaba.

Desde “Cuerpos y Almas” de Van der Meerch, hasta “Sinuhé el Egipcio”, de Mika Waltari, pasando por Madame Bovary – Señora Bovary como gusta apodarla mi hija – hasta “Le Rouge et le noir” de Stendhal, casi lujuriosamente se mezcla en mi mente y en mis recuerdos la muerte literaria y la muerte real, como una bola de nieve que rodara por una ladera y que comienza arrastrando yerbas y piedrecillas y termina asolando árboles, pinos, automóviles, esquiadores y edificios enteros.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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