Cita a Ciegas

El problema es que al ser casada con un “potentado” que gana tres sueldos mínimos, aunque sea separada de bienes, no pertenezco a ninguna lista de necesitados para nada, ni para becas, ni ayuda estatal, ni saludos, ni lástima, ni nada. A nadie le interesa investigar si acaso tengo que rascarme con mis propias uñas, pues la que está en quiebra soy yo, que dejé de percibir mi jubilación anticipada (lógicamente por necesidad).

Bueno, no faltan los que me aconsejan declararme en Quiebra Familiar, que en realidad significa dejar de pagar los compromisos durante tres meses consecutivos, lo cual acelera la deuda de los créditos y aquello no me simpatiza para nada. Llevo mil años haciendo abdominales financieros para no caer jamás en mora… ¿Para que de repente caiga todo lo adeudado, más sus respectivas totalidades, sobre mi anciana cabeza cana? Bueno, esto último es una exageración, ya que todavía no tengo canas, lo que por cierto, ahorra una enormidad de dinero en tintura de pelo. Volviendo al tema y para resumir, declararse en quiebra es otra modalidad de irse a la mierda, un poco más extendida y ceremonial. Con ello, aparte de las deudas, uno adquiere una baja, ni de intereses ni del dólar, sino de la moral, que queda por el suelo. Además, comienza a aprender lenguas extrañas, que deberán lamer las suelas de quienes podrían –eventualmente- echarnos una mano.

Por todo lo anterior, en cuanto portal de empleos me ha aparecido a la vista, postulo. Modifico mi Currículo a antojo, descartando o destacando, por ejemplo, mi experiencia en ventas, que conozco algunos idiomas “exóticos”, etc. En otras ofertas de mis servicios guardo en secreto que estudié algunos años de Derecho y, casi en todas, que tengo esta digna Columna en un Periódico europeo. Lo único que no escondo jamás es mi edad, porque siento que la he llevado bien nutrida por la vida, pese a no haber terminado mi carrera de abogada. Ahí está el problema… mejor dicho, los problemas: No haberme titulado y ser mayor, grande o vieja, como suene mejor.

Hoy por hoy, el sector empresarial da mucha preferencia a los extranjeros, suficientemente susceptibles de ser estafados, especialmente si no conocen el idioma chileno y si no han regularizado su situación en el país. Por eso me llaman, porque llevar por nombre Primavera les suena “como a extranjero”. Ahora, en caso de que mi currículo sea justamente lo que necesitan, pero se fijan en la edad, no aceptan tener en sus filas a alguien ladino que podría detectar, por experiencia, alguna anomalía en el funcionamiento de la empresa. Sin embargo, si la edad no les incomoda (además represento como 15 menos) es porque en ese CV había omitido casi todos mis antecedentes culturales y asumiendo ellos, que yo pueda ser algo boba, les convendría.

Para postular a los mencionados portales de ofertas de empleos, debe llenarse básicamente una serie de antecedentes como todo formulario curricular, más la maldadosa pregunta: “¿Cuánto espera ganar?” De mí, debo contar desde cual es mi grupo de sangre, hasta los chismes de mi barrio y de las empresas que se consideran compatibles con mi oferta no se sabe nada. Ya voy en desventaja a la primera entrevista. Además esconden la realidad. ¿Por qué? De tal manera, no hacen ofertas de sueldos reales, no informan su ubicación, exigen tener teléfono móvil, automóvil y estar a una hora absurda sin aclarar en qué consiste el empleo. Finalmente se llega dando palos de ciego, siendo que eran empresas de donde me llegaron “oportunidades compatibles” ¡Para manejar tractores, para proyectos de arquitectura o para médico de cirugía plástica!

Aquellos empleadores que se sorprenden a primera vista de que no aparente los treinta y cinco años que esperaban… es porque alguien no hizo bien la pega, no leyeron completamente mi oferta de trabajadora o no saben restar 1954 de 2018. Uno de ellos me descartó antes de entrar a la salita de entrevistas, pero con un señorío de madre mía… ¿Por qué? Porque en la primera parte del CV decía “columnista de periódico” y eso, lógicamente, los asustó frente al fantasma de la Ley contra la discriminación, cosa que todos, todos están incumpliendo.

Los empleos para la gente mayor, indistintamente si son profesionales o no, son para hacer aseo, para guardias de seguridad, cuidadores de niños o ventas en terreno para empresas hechizas, fantasmas o en resumidas cuentas, empresas estafadoras. Todo, para lo cual no servimos para nada, a no ser que contraten gente tipo desechable, que desaparezca antes de cobrar el sueldo, muriendo en el intento de trapear un piso, de cuidar una tienda de asaltos a mano armada, de histeria con un niño mal comportado o por defraudar a incautos, yéndose a la cárcel para vivir los años dorados de una manera menos monótona.

(*) Primavera Silva Monge es una escritora chilena, traductora de japonés, ex alumna del prestigioso Instituto Nacional de Santiago de Chile, artesana y socióloga por afición. Sus escritos los redacta referidos principalmente a los temas cotidianos imprimiéndoles una dosis de frescura y cercanía que hacen muy fácil su lectura y comprensión. Su género literario favorito es la novela y el relato o cuento corto.