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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Adolfo Casajús, in memoriam

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

viernes 04 de agosto de 2017, 02:33h
Adolfo Casajús, in memoriam

04AGO17 – MADRID.- A través de nuestro común amigo el doctor Otero Mestre, me llega la noticia que jamás hubiera querido oir, el fallecimiento en su querida Pamplona mientras comía y de forma sorpresiva de mi amigo tan querido Adolfo Casajús Lampérez, que fuera presidente del Colegio de A.T.S. de Madrid durante catorce años.

No quiero dar números ni fechas porque lo mío no es la memoria, es la fantasía. Hacía cosa de un mes que había acompañado al entierro de otro amigo, Carlos Espinosa Eguiluz, hermano de mi íntimo Fernandito. Se da la circunstancia de que tanto Fernandito, teletipista del Gabinete de Prensa del entonces Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo como Casajús Lampérez, los conocí en el Ministerio, en la Administración Central del Estado, iba a decir cuando indudablemente España era otra España, pero no quiero que se me escape mi bilis por esta rendija y sí rendir tributo, el honor que se merece, a Adolfo Casajús.

Navarro, de Pamplona, donde ha fallecido, primero sin barba y luego con ella, puntiaguda y espesa como la del “Caballero de la Mano en el Pecho” del “Entierro del Conde de Orgaz” de El Greco, nos hicimos pronto amigos, él estaba en el botiquín del Ministerio y pronto, muy pronto, surgió entre nosotros la cordialidad y el entendimiento, quizá porque tenemos - no me avergüenza decirlo - un buen corazón, el corazón que tienen aquellas personas bien educadas y muy queridas por sus padres, en un matrimonio tradicional como eran los de entonces, sin fisuras, en un país estable, pujante, optimista, seguro, sin un solo parado y sin juventudes que se tuvieran que ir al extranjero a buscar el condumio, pues en este solar patrio podían vivir tranquilos de la cuna a la tumba.

Bueno. Adolfo era hombre nervioso, inteligente, de ojos negros y profundos a veces levemente desorbitados cuando se enteraba de alguna anomalía o mala noticia.

Se presentó a las elecciones a la presidencia del “Colegio de A.T.S.” de Madrid, de entonces y las ganó en toda regla, hizo muchísimas cosas durante su largo mandato, la principal sacar del tugurio, creo que de la calle Mesonero Romanos donde se hallaba la sede del Colegio, e instalarlo en el magnífico palacete donde actualmente se encuentra en la Plaza de Mariano de Cavia.

Desde aquel momento su vida fue de un enorme dinamismo y responsabilidad, dado el puesto que regentaba; dignificó la profesión de la enfermería, la modernizó y la hizo un bien impagable.

Adolfo era un hombre de palabra, que firmaba muchos contratos y escrituras pero que tenía algo mucho más importante, si te decía una cosa, si te daba la mano o te miraba fijamente, sabías con certeza que eso se cumplía.

Por aquel entonces comencé a instancia suya a escribir en “Tribuna Sanitaria” la revista del Colegio, cuyas colaboraciones él me pagaba generosa y puntualmente, como debe de ser y como siempre ha sido, hasta que arrastrado por las hipotecas Ninja y la dichosa crisis económica mundial haya servido todo sencillamente para que unos cuantos se enriquezcan monstruosamente a costa de que una inmensa mayoría no lleguen a fin de mes.

Adolfo era de esas personas que ponían en los mandos intermedios a personas competentes y no incompetentes como ocurre ahora, pues buena parte de nuestras desgracias vienen de las ínfulas con las que los políticos actuales nombran y colocan a sus amiguetes, que a decir verdad no son malvados, “son incompetentes”, y sepan lectores una persona incompetente, en cualquier cargo público no solo puede hacer, es que hace más daño que una persona malvada. Y el mal de España no son los chorizos, sino los incompetentes, que además y para más inri son o pueden ser además chorizos.

Bien, seguimos, Adolfo era un hombre muy bueno, y lo digo y se me saltan las lágrimas del cuerpo y también las del alma que son las peores. Era un hombre además modesto, abnegado, honrado, cabal, conciliador, y todo eso llevado a cabo a veces arrastrando una salud francamente deficitaria, y en eso nos parecíamos mucho, esa salud que a mí me impediría llegado el momento haber emigrado a los Estados Unidos o a Londres, a un lugar donde se valorara debidamente mi fantasía y mi talento, pero mira por donde Dios – en el que creo -, no lo quiso así, y aquí me tienen contemplando un poco entre decepcionado y dolido este panorama que algunos vocean como tan fantástico pero que no deja de ser profundamente deficitario en tantos e importantes aspectos.

Me gustaría hablar más de Casajús y menos de España, pero y no es casual que él y España forman un bloque, la España moral y espiritual de donde él venía y la España que se aprestaba a construir, y la España que curiosa y simbólicamente tuvo que abandonar llegado un día en que perdida la presidencia del Colegio y acorralado y perseguido auténticamente por una “caza de brujas”, pues Adolfo fue un hombre con criterio y con carácter y por tanto como los grandes autores teatrales con amigos y enemigos, tuvo que retraerse. Y nunca olvidaré el día que abatido en su despachito del Ministerio de Fomento donde había tornado, en frase de Machado, me vi en el deber de darle mi último consejo: “Mira, lárgate, vete a Pamplona, aquí te van a destrozar”.

Y se largó a Pamplona, con su primo que era dentista y su prima que regentaba un famoso restaurante.

Después de ese momento nos veíamos cuando tímidamente se acercaba por Madrid, a su casa aún en propiedad de la calle Benito de Castro.

Adolfo Casajús era y es un hombre de una bondad infinita y de una gran generosidad sin límites, en otro mundo distinto, donde las gentes famosas, ejemplo para los jóvenes y para el pueblo llano, no pasaban por el banquillo de los acusados, ni los ídolos del fútbol eran humillados en público judicialmente. Donde los presidentes de Cajas de Ahorros no se suicidaban, ni los presidentes del Banco Mundial o antiguos ministros eran introducidos en coches celulares por la policía o la guardia civil ante los ojos atónitos de muchas gentes buenas ante la pantalla de la televisión de todos.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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