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Opinión: “La Columna de Prima…”

Reconciliación de parejas

Por Primavera Silva Monge – desde Santiago de Chile

Por Primavera Silva Monge (*)
jueves 07 de julio de 2016, 03:03h
Reconciliación de parejas

07JUL16.- Voy a referirme al tema respecto a la gente grande, ya que me impresiona demasiado el que los jóvenes, aún de pololos, se peleen como si fueran matrimonios agobiados por la rutina, las deudas o la falta de pasión.

También me impresiona que nuestra juventud esté tan avejentada, falta de energía y alegría. Ignoro las causas de estos cambios, así que mejor me voy a lo que conozco un poco más, basándome en la información privada de conocidos y un poco de experiencia personal. Así, dentro del último tiempo, he sabido de una decena de parejas que se han peleado a morir para divorciarse, para separarse como sea, aunque esto se haga solamente puertas adentro con la clásica separación de camas.

No sé si los efectos de la luna se estén incrementando en los últimos años, pero algo hay en el ambiente, que no deja pensar bien. Se ven las cosas tan caóticas, que no hay por dónde tomar las astas del enemigo. Llámese enemigo a la guerra que surge entre dos personas que se aman.

En una columna anterior, recordaba una expresión usual de mi padre para cuando veía a la gente discutir, pelear, pegarse: “dos que se pelean, siempre están deseando que alguien los separe o que los ayude a no pelear más”. Así ocurre con las parejas están enojadas: No saben de dónde partió todo o no recuerdan qué carajos dio el vamos a la contienda, porque en realidad poco a poco se va esfumando el tema en cuestión y de repente, se está sumido en una situación que nadie comprende, pero que igual se alimenta con leña para aprovechar el güelito. Como ejercicio para la circulación de la sangre quizás sea bueno pelear de vez en cuando, pero como me refiero a las peleas de gente grande, hay que tener cuidado con estas salidas de madre, que en medio de esta tremenda confusión se puede perder al ser amado de un solo patatús. La pelea también sirve para conocer los muchos errores que se cometen en la convivencia y que por amor y deseos de paz, no se mencionan a diario. La persona afectada se informa súbitamente de lo que no le gusta ni ha gustado a su pareja por años, a la vez que también identifica algo que ya no soporta en el otro. Es decir, se realiza una especie de inventario de situaciones, mañas, faltas, excesos, carencias.

Para conseguir lo anterior es de gran utilidad tener una pelea de vez en cuando, pero muchas veces en medio de la competencia se exageran los dimes y diretes y se mencionan cosas que nunca nos han molestado. Esto, de puros picados por quedarse sin argumentos y a veces solo para intentar defenderse de las graves acusaciones de la contraparte. Hay que considerar esto para no dejárselo grabado en la cabeza. Son solamente palabras sin sentido, que es mejor dejar pasar para que no lleguen a ser reforzadas con nuevas descalificaciones, de más grueso calibre y que ya no se podrían ignorar.

Entonces, convengamos en que ya se peleó lo suficiente. Ya se hicieron las maletas, se separaron las camas, se rompieron los recuerdos, se insultó a la parentela… Se terminan las municiones, la luna va haciendo su retiro elíptico. ¡Pero se sigue mal! Desde lejos, se mira emocionadamente a la otrora pareja y se anhela que todo lo anterior hubiese sido solamente una horrible pesadilla. Se siente la necesidad de alguien poderosos que obligue a darse las manos en señal de paz.

¿Cómo lograr un acercamiento sin que él o ella piensen que tienen la razón y que era uno el que estaba jodiendo la pita de ocioso o lunático?

Bueno, no soy madame corazones, pero cuatro matrimonios a mi haber, ochorrocientos amigos, más ciertos lustros en el cuerpo, me han dado una vasta experiencia que quisiera aportar en pocas y simples palabras:

En primer lugar, más arriba hablamos de la contraparte y nadie me objetó nada… ¡Noooo! ¡Usted no lo diga!

Recuerde que la pareja no es contraparte. Es un ser con el que decidimos jugar en la misma vereda para hacer sociedad. Esa persona fue nuestra elegida, ya fuera por californianos, por simple admiración o compatibilidad. Por lo cual es extraño ver al otro como un competidor o enemigo. Por ejemplo, al casarse se conforma una sociedad conyugal, una sociedad de dos personas, que estando de acuerdo firman un documento que avala o mejor dicho recuerda el pacto. El concubinato se diferencia solamente por la falta de tal documento que acredita (en papel) la unión establecida. Resumiendo, se aceptó compartir la vida y el baño con otro, ocupando un espacio común del mismo lado, del mismo bando y no con un potencial enemigo. Eso, de partida hay que tenerlo MUY en cuenta, ya que aunque parezca obvio, muchos lo olvidan o nunca llegan a saberlo.

Volviendo a lo anterior y considerando que en la gran pelea ya se usaron todos los métodos de tortura sicológica, ahora vienen los recursos para reconciliarse. Cuesta encontrarlos y reconocerlos aunque estén a mano. No es nada fácil, porque aunque ambos estén con ganas de volver a ser amigos, tienen temor de varias cosas: Una de ellas es que el enemigo crea que le encontramos la razón, por lo tanto nos transformaríamos en los culpables. Otra, es intentar acercarse físicamente y ser rechazado. Ésta, quizás es la más terrible y casi hace arrancar aullando.

Si acaso los mencionados temores son los principales impedimentos para abuenarse, hay que trabajar para poder manipularlos a la conveniencia de la pareja:

Se habrán fijado, que cuando un matrimonio o pareja informal tiene ciertas crisis ajenas a sus discrepancias, como por ejemplo, la enfermedad incurable de uno de los dos, de los hijos o los padres… esto mismo los une mucho. El ejemplo entrega claramente una clave para salir de una pelea con ganas de reconciliarse, aunque cada uno en su rincón permanezca amurrado sin atinar a relacionarse más que para joderse mutuamente, en circunstancias que lo único que en realidad desea cada cual, es un mimo, un te quiero, un te perdono, un perdóname, un abrazo, un sexo rico.

Lo que recomiendo, es que en aquel mismo rincón elegido para refunfuñar, odiar y a la vez desear a la pareja de vuelta, se reflexione, se recuerde, se haga el ejercicio de desprenderse de lo trivial. Mucho de lo que se dijo, como les decía anteriormente, no es tan terrible… o no se verá así al querer volver. Algo cambió mágicamente, sin embargo se sigue enemistado.

Entre los métodos para lograr paz interior dentro de la barbarie y que hace bien en las buenas y en las malas, está intentar recordar cómo se conocieron; revisar fotografías felices; aromatizar el ambiente; arreglarse como para una cita sencilla; leer antiguas cartas o notas de amor; recordar cómo se sentían al estar solos; mirar a la pareja desde afuera, desde lejos como si no fuera propia y buscar las cosas que atraen de ese ser circunstancialmente lejano. Si acaso no se tienen los recursos detallados, es recomendable hacer un último esfuerzo, que aunque puede ser considerado algo morboso, resulta mucho en casos extremos de imposibilidad reconciliatoria:

Sólo por unos segundos y sin quedarse pegados en el pensamiento negativo, imaginarse que es a tu pareja a quien diagnosticaron aquel mal que en realidad sufre tu amigo, a quien le queda poco tiempo de vida. También se puede pensar por un segundo, que en medio de tanto accidente que ocurre a diario, que tu pareja pudiera ser una de las víctimas.

¿Quedaríamos conformes con un final de este tipo? ¿Qué cosas no le has dicho o hecho para su felicidad? ¿Cuál era su sueño dorado que no alcanzó a cumplir? ¿Qué es lo que te molestaba que hiciera? ¿Qué le encantaba?

Lo anterior se ve sensacionalista, pero es lo que realmente sucede cuando muere alguien inesperadamente: Todo lo que se le mezquinó en vida, como visitas cordiales, una porción extra de postre, un paseo, una compañía para jugar, atención, caricias… todo o muchas veces más, pretenden entregar los deudos en situación póstuma. Pero en el lugar donde reposan los restos de quien se amó mal, ya no sirve para nada.

La ventaja de este crudo truco extremo, es que la persona en cuestión aún está ahí y uno lo está desperdiciando. Se puede correr, abrazarle, pedirle perdón, darle lo que se merece. Si no se puede con palabras, se puede hacer con una mirada franca, directa a los ojos mientras se piensa en un sentido “perdóname”.

Con lo anterior, me acuerdo de una peculiar característica de la cultura japonesa:

¿Qué creen ustedes que es lo primero que se dicen dos japoneses, por ejemplo, cuando han chocado sus automóviles?

Lo primero, se bajan de lo que les queda de automóvil y en la medida de lo posible, se piden perdón mutuamente con aquella venia que todos conocen y que denota respeto y humildad. Si después de ello se agarran a tiros, eso es otro cuento. Lo que quiero rescatar de este hecho, es que una pelea, no importando qué asunto la gatilló, existe porque hubo complicidad de las partes para que sucediera y prendiera la mechita. Entonces, cualquiera de los actores puede pedir perdón primero. Después de ello, ambos pueden acercarse para intentar resolver los problemas, que demás está decir, se hacen mucho más livianos y coherentes entre dos bien intencionados.

Me parece útil repetir esta idea: Si uno de los dos desafortunados hiciera el difícil intento de acercarse, el otro debería recibirlo. Es el mejor enganche para poder volver y la mejor forma de retomar el tema que los llevó a odiarse tanto. Indudablemente hay que resolverlo, pero ahora abrazados, amándose quizás más que antes por el gran temor que se sintió prever la pérdida.

Cuando se está en paz, nuevamente es saludable recordar los primeros pasos que se dieron para conquistarse mutuamente desde el principio y también, dependiendo del sentido del humor, tratar de ridiculizar la reciente pelea. Es bueno confesar los temores que se tuvieron, pues permite tener presente que el otro no es realmente un enemigo, aunque lo haya parecido.

Como último consejo, no separarse nunca enojados y acordar como pareja el aceptar acercamientos físicos o verbales aunque se esté peleado. Una cosa es el problema, la otra es el amor que un día los unió. El acuerdo sirve como una especie de seguro de vida para la pareja.

Glosario:

Pelear a morir: hasta las últimas consecuencias

Pololos: pre-novios

Lustro: período de cinco años

Güelito: impulso

Salidas de madre: romper los límites en mala forma

Patatús: ataque, golpe

Mañas: malas costumbres muy arraigadas

Dimes y diretes: tú me dices, entonces yo te digo

De puro picados: de contrariados

Joderse mutuamente: hacerse la vida imposible

Joder la pita: molestar por molestar

Ochorrocientos: gran cantidad

Californianos: ardientes (de calientes)

Abuenarse: hacer las paces

Amurrado: taimado

Primavera Silva Monge (*)

(*) Primavera Silva Monge es una escritora chilena, traductora de japonés, ex alumna del prestigioso Instituto Nacional de Santiago de Chile, artesana y socióloga por afición. Sus escritos los redacta referidos principalmente a los temas cotidianos imprimiéndoles una dosis de frescura y cercanía que hacen muy fácil su lectura y comprensión. Su género literario favorito es la novela y el relato o cuento corto.

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