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Por Cusco y el Valle Sagrado: El recorrido clásico peruano nunca está de más

Texto y Fotos: José Muñoz Mora

domingo 10 de abril de 2016, 03:10h
Por Cusco y el Valle Sagrado: El recorrido clásico peruano nunca está de más
No por ser esta zona peruana de lo más visitado del mundo, ni por haberla recorrido en otras ocasiones, debe dejarse pasar la ocasión de reservar unos días para contemplar y vivir la experiencia que Cusco ofrece. Perderse por sus adoquinadas callejuelas sin otra intención que disfrutarla, sortear turistas, sentir su pasado y dejar pasar el tiempo. Completarlo con la magia del cercano Valle Sagrado y terminar con la visión de la indescriptible belleza de Machu Pichu, es razón suficiente para volver
Por Cusco y el Valle Sagrado: El recorrido clásico peruano nunca está de más
Por Cusco y el Valle Sagrado: El recorrido clásico peruano nunca está de más

Tras el intenso periplo en busca de conocer la cultura de los Chachapoyas y dejadas atrás las 14 horas de trayecto en bus desde Cajamarca, nos encontramos con la caótica, bulliciosa y superpoblada Lima. Nunca dejara de sorprenderme el incesante sonido del claxon de sus vehículos, atrapados en un atasco infinito, ni las riadas de gente recorriendo sus calles o simplemente disfrutando de un jugo o café en cualquier terraza. Con unos alrededores que asemejan cualquier cosa menos una ordenada ciudad, Lima es enorme. Grandes avenidas cruzan la ciudad en todos los sentidos, por las que diariamente circulan los millones de personas que la pueblan.

allí nos encontramos nosotros a primeras horas de la mañana al abandonar nuestro Bus. Tras tomar un taxi en el terminal, por S. 15 nos encaminamos hasta el barrio de Miraflores, donde habíamos pensado pasar dos días de relax hasta abordar la última parte de nuestro viaje. Al tercer hostal que visitamos, encontramos acomodo, fue en la llamada “Casa Wayra” (www.casawayra.com), a razón de 60 US$ nos brinda un alojamiento confortable en un lugar cómodo y seguro, algo caro para nuestras pretensiones pero aceptamos al ser solo dos días. Pasamos ese tiempo recorriendo el barrio, realizando alguna compra lógica, poniendo en orden el equipaje y visitando, lógicamente, la Lima Colonial. Un bus Municipal enlaza Miraflores con los alrededores de la Plaza de Armas, por S. 1,40 aunque, debido al constante trafico, invierte casi una hora en llegar. Una vez allí recorrimos sin prisas la zona, Catedral, Museo de la Inquisición, Antigua estación de FFCC, soportales de la Plaza, etc. En una de nuestras curiosas miradas al interior de las casas nos topamos con un increíble patio interior en mármol, con esculturas y muchos cuadros antiguos. Resulto ser el Hotel España, muy cerca de la Plaza de Armas y que por S. 65 la habitación, nos pareció interesantísimo, por lo que decidimos reservar allí nuestra ultima noche tras el regreso posterior a Lima. Un alto para reponer fuerzas en el Restaurante-Bar Cordano, junto al Palacio Presidencial y que con un ambiente colonial y muy español, nos agradó mucho. Y entre una cosa y otra pasaron los dos días de relax y paseos.

El día señalado, a las 14,00 horas hemos de subirnos a otro bus, en este caso de la empresa Moviltours, que por S. 120 nos dejará tras 22 horas de interminable trayecto en la mítica ciudad de Cuzco. Desde el terminal de bus cogimos un taxi por S. 8 hasta la Plaza de Armas y cargando con mochilas y enseres, fuimos directamente en busca de los billetes de tren hacia Machu Pichu, por 120 US$, conseguimos los pasajes en Inca Raíl, el trayecto de tren más caro del mundo, mas que el tren bala de Japón y mucho más que nuestro AVE, pero con unos servicios nulos. Eso si, es puntual. Después, nos acercamos a por los tickets de entrada a Machu Pichu, que por S. 70 nos permite el acceso únicamente a la Ciudadela. Con los deberes hechos por si acaso, y bajo una incesante lluvia, nos encaminamos a la Calle Pavitos con el fin de abordar una Combi que nos transporte hacia Ollantaytambo, que por S. 10 y tras una hora de camino nos deja en ese bello pueblo del Valle Sagrado de los Incas. Elegimos el Hotel Las Orquídeas, donde nos pedían S. 120 diarios pero tras dos amagos de retirada nos lo dejaron en la más asumible cifra de S. 80, pero si cuela, cuela. Un paseo por el pueblo iluminado parcialmente, cena local por S. 8 bastante deficiente, un pisco y rápido a dormir, que el siguiente día comenzaban de nuevo nuestras andanzas.

Y llega el día señalado para acercarnos al mítico Machu Pichu, a las 06,00 horas ya estábamos arriba pues una hora más tarde partía de la estación de Ollantaytambo el tren que habíamos elegido para trasladarnos hasta Aguascalientes. No pudimos desayunar nada pues aun el comedor del hotel estaba cerrado por lo que nos tomamos un café en la estación y a tirar hacia delante. El trayecto se hizo ameno y paso rápido, pues los paisajes son espectaculares acompañando el trayecto del caudaloso rio Vilnacota desde el tren. Una vez en nuestro destino hay que elegir, o subir andando hasta Machu Pichu por sendero escalonado constantemente durante unos 90 minutos o gastarse 12 US$ que cuesta el Bus para acceder a la ciudadela en unos 20 minutos. Otro atraco más que han de sufrir los viajeros. Adquirimos los consabidos plátanos en un súper cercano y hacia arriba. Accedemos a las 10,30 horas y la maravilla se nos muestra inmejorable, la ciudadela esta como la ultima vez que tuve ocasión de verla. Lo primero que hicimos es acercarnos a observar el Puente del inca tras una ligera caminata de unos 20 minutos. Ya de regreso invertimos unas tres horas en pasear por todos los rincones, el suelo esta verde y precioso y las nubes que surcan el cielo no son bajas, por lo que la visión no resulta entorpecida en ningún momento. Fotos en muchos de sus rincones y ruinas más emblemáticas, escudriñando los detalles de las construcciones y de las terrazas anexas para los cultivos. Ya plenamente satisfechos de lo visto y vivido salimos hacia los accesos, donde tras dar buena cuenta de los magníficos y sabrosos plátanos, iniciamos el descenso hacia Aguascalientes por el sendero. Pasó poco más de 1 hora hasta que nos sentamos a tomar una deliciosa y algo cara cerveza (S. 12) en un local céntrico, comentando la experiencia, mientras hacíamos tiempo para la salida del tren de regreso. Conversamos también con una pareja de jóvenes Suecos que habían llegado procedentes de Brasil y Bolivia con no muy buenos recuerdos de lo vivido por allí. Durante el trayecto en tren igualmente comentamos nuestras andanzas con un matrimonio Colombiano que habían venido desde Bogotá en coche y volvían ya después de un recorrido por Bolivia esperando recorrer Perú de sur a norte antes de adentrarse en Ecuador y regresar a su país. Llegados de nuevo a Ollanta, ducha y paseo por el pueblo hasta que decidimos tomarnos unos tragos en un bonito local, cenamos pizza (que me supo a gloria), departimos sobre lo visto y a dormir.

El siguiente día nos levantamos sin prisa, íbamos a pasar el día en Ollanta, desayunamos en el hotel y tras holgazanear un rato nos encaminamos hacia los restos arqueológico de Ollantaytambo. Esta todo estudiado para que adquieras una entrada conjunta para un mínimo de cuatro ruinas (S. 70) durante 2 días, no hay entradas a unos restos de forma individual, ni folletos explicativos de la visita, pues todo esta orientado a que contrates un guía. Otra vuelta de tuerca para exprimirte más, por lo que es necesario viajar acompañado de una buena guía de la zona. Invertimos más de 2 horas en visitar todo el complejo, con parsimonia y observando todos los detalles, subiendo a todas las altura posibles para observar las construcciones adosadas a los cortantes de las montañas. Tras dejar los restos, atravesamos al otro lado del pueblo donde se inicia otro camino montañoso hacia unas construcciones semejantes a las ya vistas, pero estas gratis. Curiosamente había un guía ofreciendo sus servicios. Anduvimos después de comer algo, paseando y viendo las intrincadas callejuelas del pueblo, perfectamente adoquinadas y que parten de la Plaza de Armas, en una de las cuales encontramos el Hostal Apu Lodge en un bello enclave casi al final del pueblo, y que por S. 190 nos ofrecía alojamiento. Una pasada. Y de paseo en paseo llegó la hora de volver a tomar unos tragos para hacer tiempo hasta la cena.

El nuevo día lo invertimos en recorrer los restos arqueológicos que iban incluidos en el paquete turístico que nos vimos obligados a comprar. Por S. 5 abordamos una combi que nos dejó en el desvío a la localidad de Maras, donde cogimos un colectivo por S. 50 que nos acompaño durante el recorrido por las Salinas que allí se encuentran. Un lugar muy curioso pues se nutre del agua caliente y salada que mana de un acuífero. Mas tarde, de nuevo el colectivo nos trasladó hasta el cercano Moray, donde encontramos una especie de anfiteatros circulares, que parecían plazas de toros, pero que en realidad forman parte de experimentos de investigación agrícola por parte de los incas, pues su disposición en andenes, produce variaciones climáticas que incidían en los cultivos. Ya de nuevo en la carretera, abordamos otra combi que por S. 1,5 nos acerca a la ciudad de Chinchero, donde una iglesia con una apariencia exterior normal, se transforma en su interior en una de las Iglesias Coloniales más importantes, pues alberga una gran cantidad de pintura en sus muros y un altar barroco. Se ubica en la Plaza de Armas y se construyo sobre los restos de un templo Inca, del que aun se conserva un enorme muro con nichos trapezoidales, asentado todo sobre unas grandes terrazas. De nuevo otra combi por S. 3 nos traslada de Urubamba y desde allí otra hasta la cervecera existente en el cruce con el camino a Pachar, donde iniciamos una caminata durante 3 km para observar lo que nos comentaron que parecía un altar Inca, y que resulto ser la llamada “Naupa Iglesia”. Dispone de una mala indicación, por lo que nos pasamos 2 km de más por un camino en obras y embarrado por la lluvia, y que encontramos tras volver sobre nuestros pasos. Es una especie de templo ubicado en una gruta precedida por terrazas y al que acude la gente a depositar ofrendas, dispone de una especie de trono esculpido en roca y que resulto volado con dinamita, por si tenía oro en su interior. Regresamos a la carretera a esperar otra combi que nos devuelva a Oyantaytambo y repetir la secuencia vespertina de los días anteriores.

Y llegó la hora de dejar el Valle Sagrado para instalarnos en Cusco, a la que llegamos tras 1 hora de colectivo por S. 15 y que en el camino va soltando y cogiendo nuevos usuarios constantemente. Ya divisamos Cusco cuando empezamos a circular por sus desordenados y sórdidos arrabales, poblados de perros rebuscando en la basura que inunda la carretera. El crecimiento de la ciudad hacia los cerros que la circundan es de todo menos saludable y parece una pesadilla lo que rodea a la antigua capital del virreinato. Logramos alojamiento en la misma Plaza de Armas, en la Posada del Corregidor por 40 US$ al día e incluye desayuno en uno de los restaurantes con balcones a la Plaza. Las mañanas mientras tomas el café matinal se convierten en una visión perfecta del despertar de la Plaza y del trasiego de sus gentes a través de las calles en las que parece haberse detenido el tiempo. Un conjunto arquitectónico con ingentes cantidades de Iglesias y monumentos, en la que es la ciudad más antigua de América. Pasamos los próximos dos días recorriendo todos sus rincones, la Catedral, que data de 1559 con tres naves, dos capillas laterales de estilo gótico y un altar mayor forrado en plata. La Iglesia de la Compañía de Jesús, con la fachada más bella que existe en la ciudad. La iglesia de Santo Domingo, edificada sobre un antiguo templo Inca y que todo el mundo conoce como Qorikancha. Imponente. Pero en Cusco hay más, mucho más, la Iglesia de San Cristóbal, que domina toda la ciudad, la de San Blas, la de San Francisco, el Museo Diocesano, el Convento de Santa Teresa, etc., todo una bendición para los amantes de las Iglesias. Además, es imprescindible visitar el laberintico barrio de San Blas, con sus callejuelas adoquinadas y empinadas pobladas de tiendas de artesanía. No dejar de visitar el mercado de San Pablo, frente a la antigua estación de tren, un lugar indescriptible, pues se compra y vende de todo, además de ofrecer la posibilidad de comer en su interior, pues decenas de restaurantes con comida local en él se ubican (y ponen a prueba nuestro olfato). En Cusco, todo está impregnado de historia colonial y atestado de turistas norteamericanos por doquier, mujeres ataviadas con trajes típicos acompañadas de alpacas y ovejas ofreciendo sus poses a los fotógrafos a cambio de pocos soles. También dispone Cusco de un ingente capacidad hotelera, desde hostales para mochileros (los hay por todos lados) hasta hoteles de gran categoría (excelentes el Marriot o el Novotel). Todo está dispuesto para el solaz y el recreo del turista, incluso bares de copas con música altísima hasta la madrugada.

Pero hemos de regresar, el día convenido partimos de nuevo de nuevo en bus hasta Lima a la que llegamos tras otras 22 horas de carretera, atravesando de nuevo las increíbles alturas de los verdes Andes hasta llegar a la destartalada Nazca, donde la desértica y horrible zona junto al Pacifico nos acompañará hasta la capital. Allí llegamos a primera hora de la tarde para pasar nuestra última noche peruana en el Hotel España y comer nuestro último ceviche en el restaurante Punto Azul de Miraflores, antes de dirigirnos al Aeropuerto para tomar el vuelo de vuelta a España.

Perú es un enorme crisol de paisajes interminables y con pintorescos personajes muy diferentes, dependiendo si pertenecen al norte o al sur. Mucha basura se acumula en calles y carreteras a pesar de los continuos carteles demandando civismo, enfangándose todo en cuanto la lluvia aparece. Ese es el talón de Aquiles de Perú, hacer caso omiso a la preservación de un bien natural que poseen en todas sus variantes, y convertir todo el encanto y la herencia recibida por todos sus ancestros a lo largo de la historia, en un suculento sacacuartos. Como ya dije anteriormente, todo está pensado para esquilmar al visitante, empezando por el tren a Machu Pichu, con unos precios que deberían sonrojar a los dirigentes, y que no es más que un simple cercanías europeo, hostales a precio de cinco estrellas cuando no llegan ni siquiera a una, trayecto en microbús hacia Machu de unos veinte minutos y que cuesta 24 US$ ida y vuelta, pero tienen la excusa de que esto son lentejas. Incluso en el aeropuerto, los precios son abusivos. No estaría de más que se extendiera la forma barata de acercarse a la ciudadela, desde Ollanta en vehículo hasta Santa Maria y Santa Teresa, para luego caminando sobre las vías del tren llegar hasta la hidroeléctrica y Aguas Calientes en unas pocas horas, pero darse prisa, que en cualquier momento las autoridades cobrarán por hacerlo así, como a ocurrido con el camino Inca.

Por el contrario, es de alabar su sistema de transporte por todo el país, a pesar de su red de carreteras. Multitud de empresas de autobuses conectan prácticamente todas las ciudades, haciendo posible el constante flujo de personas entre ellas con una gran fiabilidad horaria, de seguridad y comodidad. Comer no resulta caro, siempre y cuando nos aclimatemos a la alimentación común de sus habitantes, que resulta muy sabrosa aunque no muy variada. Sus gentes resultan agradables en el trato aunque algo parcas en palabras, y utilizan algunos vocablos que por aquí hace mucho que dejamos de oírlos, lo cual se agradece. Siempre hay que regatear para todo, comidas, bebidas o cualquier cosa, incluso precios de hostales o cervezas. Todo es acostumbrarse.

Recientemente se ha encontrado otra antigua ciudad Inca cerca de la población de Abancay, Choquekirao, con una gran semejanza arquitectónica con Machu Pichu, a la que se accede por caminos peatonales desde Cachora y no dispone de alojamientos en el camino aunque si bonitas zonas de acampada sin “servicios esenciales”. La duración de la caminata es de unos cuatro días y actualmente hay empresas turísticas (en Cusco) que ayudan en la realización de la visita.

Dejamos Perú satisfechos de lo vivido, pensando en una próxima incursión a las zonas que no hemos tenido ocasión de visitar y que allí permanecerán a pesar del paso del tiempo.

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